Por Francisco González/Caleidoscopio Humano
El legado que España dejó como herencia en sus colonias va más allá del uso del castellano y la devoción a la Virgen del Valle. La época colonial latinoamericana estuvo marcada por un sistema económico que hizo crecer a España, mientras se despojaba al Nuevo Mundo de sus riquezas.
Para organizar las colonias, fueron instituidas diversas formas de gobierno, entre las que se puede rescatar las figuras del Virreinato (en el caso de Perú), la Real Audiencia (en el caso de la República Dominicana) y la Capitanía General (en el caso de Venezuela).
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A los efectos de organizar a la población dentro de las mencionadas estructuras políticas, España jerarquizó sus colonias sobre la base de la raza y la etnicidad.
Así pues, a la cabeza de la jerarquía y el poder se encontraban los blancos peninsulares, aquellos nacidos en España, seguidos de los blancos criollos, nacidos en el Nuevo Mundo y, posteriormente, se incluía a las mezclas de blancos, negros e indígenas, bajo denominaciones como mestizos, zambos, mulatos, cambujos, moriscos y gíbaros.
Al final de la lista se encontraban los negros, quienes durante las primeras décadas de colonización no eran siquiera considerados seres humanos, sino animales capacitados para hacer trabajos pesados que los indígenas no resistían.
Los roces entre las razas pronto causarían tensión, llegando a gestar movimientos independentistas cuyo fin no era solo el de expulsar el poder político español, sino dar dignidad a todas las personas que no cabían en el ideal blanco al que la corona rendía sagrado culto.
De hecho, en el caso venezolano, quienes lideran el proceso independentista fueron mayoritariamente blancos criollos, los que a su vez asumirían las riendas políticas de la joven nación durante las décadas siguientes.
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La supremacía blanca que instauró España caló en el discurso y en el actuar político de todos los gobiernos que tuvo Venezuela en sus primeros ciento cincuenta años de vida republicana. Ejemplo de esto es el proceso de migración europea que favoreció la gestión de Marcos Pérez Jiménez, en un intento de “blanquear” el país, según palabras de Keymer Ávila, del Instituto de Ciencias Penales.
El trato dado a los migrantes europeos –mayoritariamente blancos y de ojos claros–, fue distinto al dado a migrantes colombianos, haitianos y trinitarios –mayoritariamente negros o mestizos–.
Las facilidades institucionales brindadas por el Estado a ciertos sectores de la migración favorecieron su ascenso en el escalafón de clases de la sociedad venezolana, consolidando en el país la idea de que blanco es igual a clase, dinero y poder y, del otro lado, negro es igual a pobreza, delincuencia y violencia.
De hecho, lo anterior es evidente en el argot popular venezolano, donde el clasismo se disfraza de racismo bajo comentarios y adjetivos como “mejorar la raza” o “pelo malo”. En la cultura popular venezolana, el ser pobre es el peor de los crímenes y, con preocupante frecuencia, el ser pobre se asocia con el ser negro.
Todo lo que se sale del –bien disfrazado– ideal venezolano de supremacía blanca es de inmediato rechazado. Es ahí donde no solo entran las personas en condición de pobreza, sino las personas racializadas, los migrantes no-blancos y todos quienes quepan dentro de las fronteras que el clasismo venezolano considera como “niche”.
Clasismo actual
La coyuntura económica actual que atraviesa el país disolvió lo que se entendía por “clase media” e hizo extensa la distancia entre la clase alta y la clase baja.
La crisis de derechos económicos en Venezuela ha causado una alta tasa de desempleo, la migración hacia trabajos no-tradicionales y, además, la disolución del poder adquisitivo de los venezolanos. En la actualidad, el salario mínimo no alcanza los 7 dólares mensuales a tasa de cambio del Banco Central de Venezuela.
Aunado a lo anterior, la ENCOVI 2022, publicada por la Universidad Católica Andrés Bello, arrojó que la pobreza afecta a 81,5 % de la población, es decir, 8 de cada 10 venezolanos no cuentan con los recursos suficientes para adquirir la canasta básica.
La pobreza extrema, en la que se encuentran aquellos con ingresos insuficientes para adquirir los alimentos básicos, se ubicó en 53,3 %.
En un país donde –casi– toda la población es pobre, el clasismo parece una idea absurda, sin embargo, con frecuencia se evidencia el uso despectivo de los términos mencionados por parte de una minoría que vive en riqueza hacia una mayoría que vive en pobreza y también, en un ejemplo aún más triste, por parte de personas que viven en pobreza, hacia otras personas que viven en una pobreza –un tanto– peor.
Sin lugar a dudas, lo que debemos aprender como país es que lo “niche” es discriminar.