
Por Francisco González/Caleidoscopio Humano
(31-08-2022) El tráfico de seres humanos, en condición de esclavos, fue un lucrativo negocio iniciado por los árabes alrededor del siglo VII. Lustros después, y en un contexto de viajes hacia el recién descubierto Nuevo Mundo, Europa hizo del comercio de esclavos la actividad económica más importante e inhumana de la historia.
Poco tiempo tras la llegada de los españoles a territorio americano hacia finales del siglo XV, los portugueses emprendieron el mismo camino. No pasó mucho tiempo antes de que los franceses e ingleses siguieran el ejemplo.
Los territorios “descubiertos”, hogar de enormes civilizaciones nativo-americanas, fueron colonizados por los conquistadores, quienes fundaron ciudades para trasladarse junto a sus familias en los siglos siguientes.
El ojo de los colonizadores se posó en el oro, las piedras preciosas y las tierras fértiles del nuevo continente. Así pues, la extracción de minerales se convertiría en la principal actividad económica de América, y unos siglos después, la producción agrícola comenzaría a tomar fuerza.
Los europeos pronto descubrieron que su gente no estaba preparada para la fuerza que implicaban dichas actividades, en especial en entornos tan hostiles. Sus trabajadores sucumbían ante las enfermedades endémicas del trópico, lo que entorpecía el comercio.
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En este contexto, donde las plantaciones de azúcar y algodón estaban en auge, las coronas europeas deciden “importar” esclavos del África, para que fueran ellos quienes realizaran el trabajo.
África no corrió con mejor suerte. De hecho, a diferencia de América, donde los indígenas fueron desplazados, en el continente africano la estrategia de la colonización pasó por un proceso de destrucción de las aldeas para la captura de negros que eran llevados a las costas para ser comercializados como esclavos.
El principal mercado de esclavos africanos era Angola, para entonces territorio portugués tras la firma de la Bula de Tordesillas. Desde allí, España, Francia e Inglaterra compraban esclavos a cambio de armas, textiles y productos manufacturados.
Una vez hecha la venta, los esclavos eran trasladados en barcos negreros a través del Atlántico, hasta sus destinos en el Nuevo Mundo. Desde allí, eran entregados a sus dueños, quienes los marcaban con hierro caliente para identificarlos.
La corona española, el mayor imperio en América, tenía como epicentro del comercio de esclavos a La Habana. Desde allí eran distribuidos en barco hasta los puertos de los territorios colonizados, en especial a La Guaira, Cartagena, Santo Domingo y Colón.
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La corona portuguesa, el mayor imperio en África, usaba las islas Canarias como base para el comercio de esclavos, a quienes revendía en el Mediterráneo, o trasladaba hasta Brasil, su colonia en Suramérica.
Si bien es imposible calcular la cifra exacta, se estima que al menos quince millones de esclavos fueron comerciados durante los cuatrocientos años de colonización europea en América. Su trabajo en las minas y en los campos, construyó las bases materiales de lo que hoy es Europa.
Solo en el caso inglés, historiadores afirman que cerca del 80% de la actividad económica que sostenía el imperio dependía enteramente del trabajo de la mano de obra esclava. No es exagerado afirmar que el éxito de los grandes imperios europeos recae en la explotación de los esclavos.
El éxito económico de la esclavitud llevó a otras naciones europeas a inmiscuirse en el mercado. Pronto Países Bajos, Alemania y Dinamarca comenzaron a comerciar esclavos en América. Para legitimar estas acciones, los europeos afirmaban que los negros eran “sub-humanos”, carentes de raciocinio, intelecto y emociones.
La riqueza que trajo a Europa la explotación de esclavos fue inversamente proporcional a la pobreza en la que África se sumió, al perder millones de personas en edades óptimas para el trabajo, aptas para trabajar en libertad por el progreso de sus propias tierras.
Inglaterra dio por abolido el tráfico de esclavos en 1807, tras trescientos años masacrando un continente entero. España y Portugal, con quienes Inglaterra compartía los territorios americanos, se encontraban envueltas en severos problemas políticos nacionales, por la invasión de Napoleón, e internacionales, por las guerras de independencia de la América Latina.
No pasó mucho tiempo antes de que los territorios americanos proclamaran, defendieran y consolidaran su independencia del yugo europeo. Y unas décadas después, abolieron la esclavitud que los colonizadores les heredaron.
El proceso independentista de América fue sangriento y tuvo ligeras diferencias en cada una de las nuevas Repúblicas. El caso haitiano, sin embargo, constituye un hito histórico sin precedentes, puesto que su revolución independentista fue liderada por esclavos que se rebelaron a la corona francesa.
La noche del 23 de agosto de 1791, los esclavos unidos y organizados decidieron poner fin a los maltratos de la corona y luchar por su libertad, lo que dio inicio a un proceso que consolidó a Haití como la segunda república americana en alcanzar la independencia, y en la primera república negra del mundo.
En conmemoración a este hecho, y a la vida de millones de personas esclavizadas, maltratadas, abusadas y asesinadas por su color de piel, las Naciones Unidas invita a reflexionar sobre la actividad más atroz de la historia de la humanidad: la esclavitud.
Fuentes:
- Anadolu Agency.
- Consejo Nacional de Derechos Humanos.
- Muy Historia.
- Naciones Unidas.
https://www.un.org/es/observances/decade-people-african-descent/slave-trade
- National Geographic.
https://historia.nationalgeographic.com.es/a/esclavos-trata-humana-a-traves-atlantico_8681