Acaba de publicarse ‘Tortura blanca’, un libro de entrevistas a mujeres iraníes encarceladas que firma la ganadora del Premio Nobel de la Paz 2023 Narges Mohammadi, quien también vivió los métodos del régimen islámico para torturar a las mujeres que se salen del molde que les impone el sistema
(26-12-2023) Narges Mohammadi fue declarada Premio Nobel de la Paz 2023 mientras cumplía condena en una cárcel de Teherán, donde aún está. Las razones del galardón son sobradas: «Por su lucha contra la opresión de las mujeres en Irán y su lucha por promover los derechos humanos y la libertad para todos», decía el comunicado.
Destacada activista contra la pena de muerte, abogada de los derechos de las mujeres, vicepresidenta del Consejo Nacional para la Paz, vicepresidenta y portavoz del Centro de Defensores de los Derechos Humanos, Mohammadi, 51 años, lleva media vida siendo la voz valiente contra la violencia ejercida por la República Islámica de Irán contra las mujeres por el simple hecho de serlo. También lleva media vida encarcelada por las mismas razones, así que conoce perfectamente el sistema carcelario desde dentro y también los métodos que usan sus funcionarios para torturar a las mujeres.
Este libro de entrevistas a mujeres encarceladas por sus conviccciones religiosas, éticas y políticas, que publica ahora la editorial Alianza, se titula ‘Tortura blanca’ porque esta es la forma en que habitualmente se ejerce la violencia contra ellas en las cárceles.
Qué es la tortura blanca
Su mismo nombre resulta muy gráfico. No, no hay tortura ‘fisica’ en el sentido en que la solemos entender. Se trata de de un tipo de tortura basada, sobre todo, en la privación sensorial. Se aplica, nos explica la autora de la introducción del libro, Shannon Woodcock, «mediante la estructura arquitectónica de la prisión, el comportamiento de los funcionarios y las preguntas de los interrogadores. Se controla la luz de la celda para que el cuerpo no distinga el día de la noche y se alteren los patrones de sueño. A los presos se les venda los ojos al salir de la celda. El daño que causa la privación en el aislamiento y los interrogatorios se agrava por el hecho de los que reclusos únicamente pueden sentir el contacto de mantas ásperas y paredes de hormigón. El único olor de la celda suele ser el de un retrete fétido que no se limpia nunca para menoscabar el sentido olfativo. Se les sirve siempre la misma comida insípida en un cuenco de metal y el té en un vaso de plástico». Y luego están el maltrato institucionalizado, claro, la indiferencia de carceleros, médicos, jueces, y el incesante monólogo interior.
Este tipo de tortura deja secuelas a largo plazo. Genera, se explica, un estado de desconfianza permantente hacia todos y todo. Además, la privación sensorial «consigue que la experiencia traumática condicione fisiológicamente la estimulación de los sentidos, de tal manera que los sonidos, sabores y experiencias del mundo exterior evacan el sufrimiento de la prisión».
Un testimonio escalofriante
La propia Narges Mohammadi relata en el libro sus sucesivas experiencias carcelarias, la soledad en condiciones terribles, sus graves enfermedades respiratorias allí, los interrogatorios, las coacciones, incluso un tipo de violencia que utiliza el sentimiento de culpa (con mensajes del tipo «eres una mala madre»). El sistema está montado de tal manera que una mujer encarcelada puede acabar responsabilizándose a sí misma. Volviéndose su propia enemiga.
«En mi primera detención dentro de las celdas de Eshrat Abad me atormentaba duramente, diciéndome que mi fe y mis convicciones se estaban debilitando. Si fueran firmes, me decía, no me dejaría atrapar por tales sentimientos. A veces pensaba que el problema residía en que yo era una persona extrovertida, social, abierta y alegre.
Me reprochaba que si en momentos de soledad, a fin de entrenarme, me hubiera encerrado en una habitación vacía y sin ruido, me habría resultado menos difícil soportar la celda de aislamiento. Culpaba por no aguantar bien la detención de la celda, a mis ejercicios, a mi espíritu alegre, a mis gustos personales y a mi inclinación por disfrutar de las cosas y pasarlo siempre bien».
La violencia contra las mujeres en Irán, escribe la activista, no se detiene ante nada, no distingue a una mujer de otra, lo único que las une es ser mujeres que han osado salirse de la norma. «Oí a una chica joven. Le pregunté su edad. Me contestó: 12 años. ‘¿Qué haces aquí?’, le pregunté. «Tenía relaciones con el hijo del vecino. Mi padre lo denunció y la policía me arrestó’, me dijo».
Un año y medio en una celda de aislamiento
A Nigara Afsharzadeh, una de las entrevistadas en el libro, su exmarido la engañó para que viajara a Irán diciéndole que debía llevarse con ella a su hija. Estaba en la calle con sus dos hijos pequeños cuando llegó la policía y la arrestó. La llevaron a Teherán y la metieron en una celda de aislamiento. «El tiempo no transcurre en la celda», dice. «La celda estaba en silencio y no se oía ningún sonido. Rebuscaba en toda la celda por si encontraba algo, como por ejemplo una hormiga; y cuando encontraba una, tenía cuidado de no perderla. Hablaba con la hormiga durante horas, lloraba y sollozaba». En los interrogatorios, le ponían delante una foto de uno de sus hijos alrededor de cuyo cuello habían dibujado una soga. Le decían cosas como que el niño se estaba muriendo un hospital porque necesitaba un riñón. También que a su madre también iban a detenerla y encarcelarla. La apuntaron con una pistola, le pedían que describiese sus relaciones sexuales… Hasta el sexto mes no pudo hablar con su familia. Durmió un año y medio sobre el suelo, y perdió más de 20 kilos. Aunque con diferencia lo que más la hizo sufrir es saber que a sus hijos los habían internado en un centro público. Para contrarrestar la desesperación, rezaba. «Lo peor de todo era la soledad y el silencio, me volvían loca»:
Pan seco a las hormigas
Todos las mujeres que aparecen en el libro tienen historias igualmente desgarradoras de su paso por las prisiones iraníes. A la activista Atena Daemi la amenazaron con la pena de muerte, le dijeron que habían arrestado a sus hermanas, la interrogaron durante tres meses seguidos, intentaron que delatara a sus amigas… Durante las interminables horas de soledad, echaba pan seco a las hormigas para entretenerse. Sólo tras los meses de interrogatorios le permitieron hablar por teléfono con su familia. Pasó en la celda de aislamiento catorce meses.
A Nazanin Zaghari-Ratcliffe, ciudadana iraní-británica, la detuvieron en el aeropuerto cuando pretendía regresar a Inglaterra tras dos semanas en Irán. Allí le quitaron a su hija pequeña, que entregaron a sus padres, la acusaron de espionaje y de participar en actividades subversivas y la condenaron a cinco años de prisión. En su celda de aislamiento, con sólo dos mantas, una para dormir sobre el suelo y otra para taparse, vivió una auténtica pesadilla. Se aseaba con un barreño y un cuenco, no le permitían salir al exterior. Los interrogatorios, durísimos y llenos de amenazas, la llevaron a un estado psicológico cercano a la locura. «Una vez lloré tanto que me caí desmayada. Otro día, en el interrogatorio, la presión que recibí me dejó tan mal que me caí de la silla», cuenta ella misma. Leyó el Corán entero siete veces para intentar sobrellevar la situación.
La lectura de este libro muy necesario y muy valiente, nos proporciona un retrato crudísimo de la indefensión de las mujeres iraníes, sometidas a un terror que planea no sólo sobre aquellas que tienen, manifiestamente, como Narges Mohammadi, una postura y actividad políticas contraria al régimen islámico y sus formas, sino sobre todas. El simple hecho de no llevar velo, o de divorciarse, pueden llevarte a prisión, sin necesidad de juicio siquiera, donde no habrá ninguna garantía, donde no se respetará ninguna convención, ningún derecho humano, donde harán contigo lo que quieran. Tal vez no te sometan a tortura física, pero te destrozarán por dentro, y esa tortura blanca te dejará secuelas para siempre.