Taxis en Mérida

#Crónica| Ser taxista en Venezuela: “Si alcanza para comer, no alcanza para el mantenimiento del carro”

Por Emmanuel Rivas/Caleidoscopio Humano

(26-07-2023) Las calles de la ciudad aún lucen desoladas. La temperatura no ha empezado a aumentar. El frío merideño se hace sentir aun cuando José* tiene arriba las ventanas de su carro.

En medio de la persistente crisis económica que ha afectado al país, José, de 45 años -23 como taxista-, se prepara para enfrentar otro día desafiante en su vida.

Son las 5:23 de la mañana y él aguarda paciente en una esquina de la ciudad para conseguir una carrera que le permita mejorar el resultado de la jornada anterior.

Son las 6:05 am y aún no logra su cometido, pero ya sabe, por sorteo, en que estación de servicio le tocará intentar surtir combustible esa mañana.

En Mérida la distribución de gasolina es mediante una suerte de bingo que, cada mañana, se da a conocer a través de las redes sociales. Una vez se hace pública la imagen con las estaciones de servicios disponibles para cada terminal de placa, la ciudad se convierte en una especie de pista de carros chocones.

Cientos de vehículos, en todas las direcciones y sin respetar semáforos, intentan ser los primeros en llegar a las bombas de gasolina, donde ese día les corresponde luchar por conseguir llenar el tanque de combustible. 

A las 10:30 de la mañana, por fin, logró surtir su vehículo de combustible para cumplir su jornada laboral.

Con una mezcla de valentía y esperanza, se dispone a recorrer las calles de la ciudad en su automóvil, esperando ganarse la vida mientras su país lucha por encontrar el rumbo.

Cada semana, José revisa religiosamente su taxi, un Siena 2001 que ha envejecido junto con él en estos tiempos difíciles.

Los altos costos de mantenimiento y la escasez de repuestos han sido una carga constante para este perseverante hombre, pero su determinación afronta cada obstáculo, siempre con la esperanza de que un día la situación del país será distinta y él, por fin, podrá tener la tranquilidad que, en los últimos años, se le ha vuelto esquiva.

“El combustible es muy escaso en Mérida, levantarme temprano para ver donde tengo que hacer cola y saber que ahí debo dedicar gran parte de mi tiempo, se ha vuelto parte de mi día a día. Debo salir de mi casa lo más temprano posible para trabajar hasta tarde, si no, sería un día perdido”, comenta.

La escasez de gasolina ha sido un símbolo tangible de la crisis, obligándolo a perder valiosas horas cada día solo para llenar el tanque.

José recuerda con cierta nostalgia sus primeros años como taxista “eran cientos de historias que todos los días tenía que escuchar. Alegrías de quienes iban al rectorado de la Universidad de Los Andes a recibir su título, la cara de sorpresa de los turistas que llegaban a la ciudad y se enamoraban de la Sierra Nevada, los jóvenes de otros estados que llegaban asustados a empezar sus clases en la ULA o en el Hotel Escuela, a uno no le daba tiempo ni de aburrirse”.

Era un espectador privilegiado de las historias de miles de personas que recorrían Mérida en taxi porque sus sueldos así se los permitía. 

Ahora, los pocos pasajeros que logra llevar en sus más de 10 horas frente al volante, solo desahogan las preocupaciones de quienes temen por el futuro, las historias de quienes han decidido emigrar en busca de mejores oportunidades y una que otra alegría de quienes encuentran momentos de felicidad en medio de la crisis.

A pesar de las dificultades, la esperanza brilla en los ojos de José quien, contra todo pronóstico, ha logrado mantener a flote a su familia gracias a su trabajo incansable.

Su esposa y sus dos hijos son el motor que lo impulsa a levantarse cada mañana y enfrentar la incertidumbre del día a día.

“Hace poco se me dañó el carro, solo tenía $50 y el arreglo me salió en $350. Gracias a Dios mi hermana me prestó el dinero y no me está apurando para que le pague (…) igual sé que estas próximas semanas, gran parte de lo que haga, debe ir a cubrir esa deuda”.

Agrega que, aunque la situación de los taxistas es difícil, él todavía puede comer bien, “si me da para comer y cubrir algunas de las necesidades básicas, sin embargo, cuando se presenta un daño al carro, tengo que hacer de tripas corazón para resolver, no me puedo quedar sin el vehículo que me da la oportunidad de darle a mi familia, por lo menos, la tranquilidad de comer tres veces al día”.

Eran las 3:30 de la tarde y José solo había logrado conseguir dos carreras cortas. Una en la mañana y está, en la cual surgió la conversación que hoy ustedes pueden leer. 

Eso se traducía en $6 para cubrir alimentación e intentar reunir para pagar la deuda que había adquirido con su hermana. 

Esta conversación surgió de la nada, pero al mismo tiempo de un todo, de ese entorno que, en distintos momentos y de diferentes formas, nos ha afectado a todos en un país donde caminamos sobre millones de barriles de petróleo, sobre riquezas incalculables, pero que, lamentablemente, no se ven reflejadas en el bienestar ni en la calidad de vida de las personas.  

Al caer la noche las luces de la ciudad empiezan a desvanecer, en algunos sectores debido a los apagones que a diario se viven en Mérida y otros porque sencillamente no hay alumbrado público.

Quizá, en medio de esa oscuridad, José regresa a su casa con la esperanza de que mañana será un mejor día. A través de los años, ha aprendido a apreciar las pequeñas cosas y a encontrar gratitud en los momentos de calma que consigue en medio de todo este caos. 

En la Emergencia Humanitaria Compleja, que afecta a Venezuela desde hace más de 8 años, José es un símbolo de resistencia, de lucha diaria, es una narrativa de esperanza y perseverancia en medio de la adversidad.

La historia de José, el taxista, es la misma de millones de venezolanos que, a pesar de los desafíos que enfrentan cada día, se mantienen firmes en su determinación de seguir adelante, confiando en que, más temprano que tarde, todo va a estar bien.

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* El nombre del protagonista de esta crónica se cambió por seguridad.

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