Por Francisco González/Caleidoscopio Humano
(25-02-2023) El lenguaje inclusivo es entendido por la Organización de las Naciones Unidas como la manera de expresarse oralmente y por escrito sin discriminar a un sexo, género social o identidad de género en particular y sin perpetuar estereotipos de género.
Debido a que la existencia del lenguaje inclusivo se fundamenta en la pretensión de incluir a la totalidad de la sociedad en el mismo, también ha recibido el nombre de lenguaje “no sexista” y lenguaje “de género neutro”.
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Bajo la anterior premisa, se ha propuesto evitar el uso de sustantivos genéricos, colectivos o abstractos. Por ejemplo, en lugar de “los alumnos”, conviene usar “el alumnado” y en lugar de “los doctores”, conviene usar “el personal de salud”.
Otros ejemplos de lo anterior es el uso de “la ciudadanía” en lugar de “los ciudadanos”, “la infancia” en lugar de “los niños” o “la sociedad venezolana” en lugar de “los venezolanos”.
Ahora bien, aunque pareciera ser sencillo, algunos sectores de la población se han manifestado en contra de su uso.
La organización feminista Lentes Púrpura enmarca el uso del término “borrado de mujeres” en la corriente trans-excluyente del feminismo. El mismo implica la sustitución del término mujer por palabras como persona gestante o persona menstruante.
El feminismo interseccional, sin embargo, argumenta que el uso de estos términos permite incluir no solo a mujeres y niñas cis-género, sino a personas trans, no binarias e intersexuales.
La inclusión de estos términos en los aparatos legales de países como México y Argentina ha causado respuestas positivas y negativas dentro del movimiento feminista y la sociedad civil en general.
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Adicionalmente, existe la propuesta de un tipo de lenguaje inclusivo que pasa por la sustitución explícita de la “O” por otra letra que haga referencia a que, en el total del que se habla, no solo hay hombres, sino mujeres, personas trans, personas no binarias y personas intersexuales.
Algunas letras utilizadas en sustitución de la “O” han sido la “E” y la “X”. Un ejemplo de ello sería decir “niñes”, en lugar de “niños” o “niñas”.
Contrario a lo que pareciera, este cambio de la forma en la que usamos el lenguaje no es reciente. Tras la llegada de las primeras redes sociales, se ha documentado cómo los internautas utilizaban el signo arroba (@) para cambiar la “O” en plurales como “todos” (tod@s), “compañeros” (compañer@s) y “amigos” (amig@s).
Por supuesto, la reacción no ha sido favorable en todos los sectores de la sociedad, en especial en aquellos un tanto más conservadores.
Los catedráticos de la Real Academia Española, por ejemplo, han manifestado su desacuerdo con la implementación del lenguaje inclusivo, que tildan como una amenaza a la lengua castellana.
Por otro lado, personalidades académicas como Isabel Zerpa, quien es Licenciada en Letras y Directora del Centro de Estudios de la Mujer de la Universidad Central de Venezuela, opina que la condición humana implica que somos seres de palabras y, por ende, lo que somos lo constituye el lenguaje.
Partiendo del punto anterior, se puede hablar de una relación directa entre el lenguaje inclusivo y la violencia de género, entendiendo dicha relación sobre la base de que la violencia no es solo la física, sino la psicológica y, en consecuencia, invisibilizar a las mujeres y a las personas LGBTQI+ en nuestro lenguaje cotidiano es también una forma de violencia.
Para Zerpa, la violencia se alimenta de las incidencias de la cultura patriarcal y sexista, de la discriminación por razones de género, étnicas, religiosas, socioeconómicas. Muchas de estas incidencias ocurren en el lenguaje hablado de manera evidente.
La labor de los movimientos feministas, la comunidad LGBTQI+ y las nuevas generaciones en la adecuación de la lengua castellana a una realidad donde todas las personas tengan un espacio protagónico es indispensable y nos invita a reflexionar sobre la manera en la que nos comunicamos.