Diálisis

“Ya no le temo a la muerte porque la veo de cerca todos los días”, dice paciente renal en Maracaibo

En el estado Zulia hay aproximadamente 890 pacientes con insuficiencia renal crónica repartidos en 13 unidades de diálisis donde tener un cupo o no es una odisea en la que al final se pierde la vida. Humberto tiene ocho años recibiendo tratamiento fallo y aunque agradece poder recibirlo, sabe que su vida se acorta

Crónica Uno

(08-03-2023) Humberto llegó a las 6:00 a. m. al Centro de Diálisis de Occidente (CDO) para recibir su tratamiento como lo hace desde hace ocho años, cuando apenas tenía 22 años de edad. Una vez conectado a la máquina de hemodiálisis está listo para contar cómo vive un paciente con insuficiencia renal en Maracaibo, pero adelantó que las esperanzas de vida son tan mínimas que están resignados a esperar la muerte.

Recibe tres horas de diálisis, cuando deberían ser cuatro para la eliminación total de las toxinas. Sin embargo, acude tres veces a la semana, sin falta, para ser conectado. Agradece el esfuerzo que hace el personal de enfermería. “Ellas abren a las 5:00 a.bm. para que nos dé tiempo a todos de recibir las tres horas, si no serían menos horas”.

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En el Centro de Diálisis de Occidente, hay 80 pacientes para 12 máquinas operativas. Para 2019 había 34 “pero de esas solo queda el caparazón porque las desarmaron para arreglar las que tenemos, el gobierno dice que para nosotros no hay recursos”, adelantó. Hasta el año pasado en el Zulia había 13 unidades de diálisis, actualmente hay 11 luego del cierre de la unidad de la Clínica Paraíso y Nefrozulia.

Humberto cuenta que llevó una vida normal hasta el 2015, era obrero de construcción y en sus ratos libres participaba en torneos comunitarios de fútbol y béisbol, se sentía bien.

Recuerda que un viernes su jefe le dijo: “Muchacho, vos te veis mal, anda, vete para tu casa, vais al médico y te espero el lunes con la constancia”. Días antes ya había comenzado a experimentar ahogos y debilidad.

Fue al Centro de Diagnóstico Integral de su barrio, ahí le dijeron que tenía neumonía y lo dejaron hospitalizado, pero en la noche se complicó, no podía orinar así que su familia lo trasladó al Hospital Central donde le diagnosticaron insuficiencia renal. “Resultó ser que mi problema era congénito, mis riñones no crecieron”, dijo.

Lo trasladaron al Universitario, entró en shock y cuando despertó ya tenía un catéter en la pierna listo para su primera diálisis. “Casi me quedo pegado en la máquina, fue muy feo”, recuerda.

Todo se vino abajo

“Mi vida cambió mucho, a pesar de que al principio quise seguir mi rutina de vida. Ya no podía tener trabajo fijo porque tenía que ir a diálisis, dejé de jugar porque me descompensaba, todo se vino abajo, ahora me la paso encerrado en la casa”, cuenta.

Hasta hace un año trabajó vendiendo dulces para ayudar a sus padres. “Mi papá no tiene trabajo fijo, la única que tiene un trabajo estable es mi mamá que es secretaria. La situación es dura, vivimos en una lucha constante por sobrevivir”. Pero no solo en casa se pasa trabajo, en el centro de diálisis también. Las fallas eléctricas, la falta de máquinas y de agua potable son dificultades que tienen que sortear a diario porque de superarlas o no, depende su vida.

Este año Humberto ha comenzado a desmejorar, dice que ya le cuesta caminar y ha bajado de peso por la pérdida de masa muscular. Además, comenzó a recibir tratamiento en la sala de pacientes con hepatitis C, pero dice que aún no está confirmado porque no ha podido hacerse el examen y no está apurado en hacerlo. “Me duelen mucho los pies, eso es por la descalcificación, me estoy adaptando”, dijo.

Seguidamente pregunta: ¿podemos hacer una pausa, mientras me desconectan? Y unos minutos después retoma: “Vamos a seguir conversando mientras se me pasa la debilidad que me deja la máquina, tengo que agarrar fuerza para caminar hasta la avenida y después a la casa. Cuando llego me provoca tomarme un botellón de agua, pero solamente me puedo tomar dos traguitos para calmar la ansiedad”, confiesa.

Vivir con la muerte

En el CDO han muerto tres pacientes en lo que va de año, comenta Humberto. “Es duro cuando un compañero muere porque nosotros somos una familia, pero la vida me enseñó que aquí todos somos pasajeros y eso también me va a pasar a mí, no hay vuelta atrás, mi cuerpo ya no es el mismo, mis esperanzas son nulas”.

José Luis Tello, defensor de los derechos de los Derechos Humanos de los pacientes renales del Hospital Universitario de Maracaibo (Sahum), dijo que en el Zulia hay 890 pacientes renales. “El año pasado murieron cerca de 20 pacientes y siguen muriendo todos los meses por falta de diálisis, alimentación y medicamentos”, añadió.

Tello, quien también es paciente renal, reveló: “Estoy muy preocupado porque hay 30 pacientes renales nuevos hospitalizados desde hace tres meses en el Sahum que no tienen cupo. Ellos están recibiendo una diálisis semanal y eso les ha desmejorado la salud”. En el Universitario hay 76 pacientes renales fijos para 15 máquinas operativas.

El paciente renal no tiene expectativa de vida a largo plazo, actualmente la depresión se ha apoderado de ellos y eso afecta. La única salida que seguimos teniendo es un trasplante, pero como sabemos desde 2017 están paralizados. Hoy cuesta 60.000 dólares un trasplante de riñón en Venezuela”, refirió Tello.

Semanas en blanco

El paciente con insuficiencia renal debe llevar una dieta adecuada y consumir la menor cantidad de líquido posible, Humberto no es el caso. “Como lo que haya en casa, últimamente como un poco más de pollo porque bajó de precio pero a veces la cosa se aprieta y tengo que tomar sopa de huesos para no pasar el día en blanco”.

En el mejor de los casos come dos veces al día alargando el almuerzo hasta las cinco de la tarde. “A veces no hay almuerzo y hacemos una sola comida a media tarde para compensar”, cuenta.

El futuro de Humberto es incierto, pero la vida le ha puesto un espejo donde puede verlo: “Veo a mis compañeros que tienen más tiempo que yo en tratamiento y sé que voy a quedar igual. Ya no le temo a la muerte porque la veo de cerca todos los días, esto es un bombo donde dan vuelta todos nuestros nombres y a uno solo le queda esperar el día que le toque morir”.

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