“Tuve que dejar de trabajar porque me quedé sola sin quien cuidara a mis hijas”

Fuente: Crónica.Uno

Ana Karina cuenta, entre lágrimas, como ha tenido que rasguñar cada céntimo que medio consigue para tratar de alimentar a sus dos hijas, ambas en estado de desnutrición y una con problemas en el corazón. 8 % de las mujeres, aunque quieren, no pueden trabajar por tener que quedarse en casa cuidando a sus hijos y, como ella, se exponen aún más a la vulnerabilidad.


(20-11-2021). “Mis abuelos nos criaron a mi hermano y a mí”, recuerda con nostalgia Ana Karina* y añade que siempre fue muy unida a ellos, pues le dieron un hogar en una humilde casa del barrio Nuevo Horizonte, sustento y la oportunidad de buscar labrarse su propio futuro con esfuerzo y trabajo hasta que la crisis lo permitió.

Ambos partieron a su natal Colombia hace dos años, ante el agravamiento de la situación económica en el país y Ana Karina, de 26 años, quedó “completamente sola” para cuidar a su hija, Ana Victoria de tres años y quien durante su primer año era cuidada por sus abuelos.

Cuando su primera hija nació, Ana Karina trabajaba en la morgue de Bello Monte, en las áreas de criminalística y radiología, pero al quedarse sola se enfrentó a la dificultad de no tener quien la cuidara y a las consecuencias de la precariedad laboral que existen en el país.

«No tenía quien la cuidara, yo no tengo familia aquí porque por el lado materno todos están en Cojedes. Lo otro era el tema del transporte, llegó un punto en el que lo que ganaba no alcanzaba para ir y venir todos los días”, dice.

Su último empleo, como escolta, lo dejó tras tener que pasar una semana sin ver a su hija. “Me ha costado bastante, no puedo trabajar”, dice, entre lágrimas, al ver que pasan los días y tiene que “rasguñar” cada céntimo para alimentar a Ana Victoria y costear los gastos médicos de Diana Antonella, su segunda hija, quien nació hace cinco meses con problemas en el corazón.

Atribuye a una mala praxis los problemas que atraviesa su hija, quien además de soplos cardíacos sufre de desnutrición, se hincha, deja de comer y no sube de peso. Con cinco meses de nacida, Diana pesa tan solo 2,5 kg y el estado nutricional de Ana Karina le impide incluso amamantar, lo que limita su alimentación a leche en polvo o vitaminas, cuando tiene como comprar.

Según estimaciones de la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) elaborada por la UCAB, el consumo de alimentos se redujo 13,3 % entre 2020 y 2021 en los hogares en pobreza extrema, segmento de la población que gasta, en promedio, $14,31 per cápita al mes y en el que se ubica Ana Karina, quien no recibe apoyo gubernamental y depende mayormente de lo que pueda enviarle el papá de Diana, funcionario detenido hace unos meses.

La preocupación marca sus días, que a veces logra variar yendo a casa de sus padrinos en El Cuartel a coser, aprovechando si pueden cuidar a sus hijas en el momento que ella confecciona, y hacer una que otra prenda que le encargue algún conocido, como dos guerreras y un pantalón policial por los que cobró 25 dólares la última vez, hace meses.

Pero es un ingreso que, afirma, obtiene muy pocas veces. La Encovi da cuenta de que cinco de cada diez personas inactivas laboralmente están “obligados a la inactividad” y 15 % de ellas son mujeres con hijos que no pueden buscar trabajo por tener que cuidarlos.

Visto de otra forma, Ana Karina es parte de ese 7,6 % de la población en edad de trabajar que no puede insertarse en el mercado por tener que quedarse en casa con sus hijos, situación que afecta a al menos 1,6 millones de mujeres venezolanas más que son propensas a la vulnerabilidad.

Tras desistir de la búsqueda de empleo se enfrenta a la disyuntiva de no tener suficientes ingresos en un país con cuatro años consecutivos con hiperinflación y los índices de pobreza y desigualdad más altos de la región. La pobreza extrema, según la Encovi, se encuentra en 76 % de los hogares venezolanos, donde los ingresos diarios son menores a un dólar, como en el caso de Ana Karina.

Por su condición de vulnerabilidad, su hija Ana Victoria recibía un almuerzo diario en el comedor de Alimenta la Solidaridad, una organización no gubernamental que atiende casos de inseguridad alimentaria. Pero el embarazo de alto riesgo de Ana Karina le impedía ir a buscar la comida y optó forzadamente por retirarla.

«Sí ha cambiado bastante la alimentación de mi hija mayor, y con la pequeña todo se complica más porque no tengo como comprar las fórmulas y los medicamentos que necesita. A mí no me da ni hambre, no tengo apetito, y eso me preocupa porque estoy yo sola con ellas”, cuenta, con voz entrecortada.

Sumado a los escasos ingresos con los que cuenta, en la comunidad la comida suele ser más costosa. “Todo cuesta el triple, pero me toca. Compras tres cosas y ya son cinco dólares, la comida es muy muy costosa”. A ello le suma el costo de los pañales, que al detal los consigue en Bs. 1,3 (alrededor de 30 centavos de dólar).

Como sigue pasando en otras familias en pobreza extrema, el consumo de proteína animal disminuyó en su hogar. Allí predominan los carbohidratos como harina de maíz y arroz, que cuestan alrededor de $1, y las leguminosas como caraotas y lentejas, cuyos precios por kilo oscilan los $2, pero son menos costosos que la carne de res y rinden más que el pollo.

La Encovi estima que en 2021 los hogares pobres extremos consumieron 21 % menos alimentos como leche y quesos respecto al año anterior, con reducciones también en carnes, pollo, huevos y pescados (-3,5 %), cereales (-16,7 %) y azúcares (-14,2 %), mientras que el consumo de leguminosas aumentó 13 % comparado con 2020.

Ana Karina, por su parte, no ve fácil que en el corto plazo pueda revertir su situación, al menos no por sí sola y sin antes mejorar sus condiciones nutricionales. Iniciativas como Alimenta la Solidaridad, que atiende niños en tres comedores en Nuevo Horizonte, atienden problemáticas como esta de inseguridad alimentaria, que se da de forma severa en 25 % de los hogares y leve en 35 %.

Las voluntarias de la ONG destacan que escenarios como el de Ana Karina se repiten en muchos hogares de la comunidad: familias sin fuentes de trabajo o ingresos o en las que solo una persona trabaja y que, en consecuencia, reducen la cantidad de alimentos que consumen y tratan de sobrevivir día a día.

*Prefirió resguardar su apellido.

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