Las adolescentes, entre 14 y 16 años de edad, han tomado espacios como la avenida Las Palmeras en Maturín para buscar una forma de ganarse el sustento diario a cambio de ser explotadas sexualmente. En Sotillo, municipio que colinda con el río Orinoco, han normalizado estas prácticas. Afirman que lo hacen por necesidad.
(21-04-2022). Debajo de un árbol de los que abundan en la avenida Las Palmeras de Maturín está parada Yanis*, en su rostro se reflejan apenas los 18 años de edad que recién cumplió hace dos meses. Vestida con una minifalda color azul y un top blanco sin tirantes espera por los “clientes” que suelen llegar a esa parte de la ciudad en busca de lo que denominan “servicios”.
Todas las noches suelen ser iguales. Sale de su casa ubicada en un barrio de nombre Bajo Guarapiche, sector que colinda con Las Palmeras, ubicado en el casco central de Maturín. Yanis no se justifica por lo que hace, es una práctica a la que llama trabajo y con la que se sostiene desde que tenía 15 años. No es consciente de que es una de las tantas jóvenes y adolescentes explotadas sexualmente.
La joven solo habla con “clientes” y así lo dejó claro cuando el equipo de Crónica.Uno se acercó para solicitar la entrevista. Sin embargo, accedió a contar entre monosílabos lo que ha sido su vida como “trabajadora sexual” desde que era menor de edad.
«Yo no voy a estar diciendo mucho porque me pueden quitar de aquí. Yo no le hago daño a nadie con esto. Vengo, hago mi trabajo y me voy. Antes lo hacía porque teníamos necesidad en la casa, pero ahora veo que gano más que en cualquier trabajo”.
Yanis cobra entre 20 y 30 dólares por servicio y la mayoría del tiempo está acompañada de otras mujeres y jóvenes que se dedican a ofrecer servicios sexuales a cambio de dinero. Cuando es interrogada sobre la cantidad de menores que integran el grupo, guarda silencio. Asegura que no responderá preguntas que la pongan en riesgo ni la expongan. También evade interrogantes sobre su familia y las condiciones en las que vive.
La avenida Las Palmeras es una de las más antiguas de Maturín y se le considera casco histórico de la ciudad. En el sector homónimo están ubicados dos importantes recintos de autoridades como la Residencia de Gobernadores y la Fundación Niño Simón.
Los vecinos son testigos de esta problemática y a diario ven desfilar a mujeres adultas y adolescentes por las calles circundantes, específicamente frente al conocido Hotel Mallorca.
«Antes siempre estaban en La Juncal, pero ahora se vinieron para acá para Las Palmeras y se paran frente al hotel Mallorca. Esta zona por aquí se ha activado porque siempre hay transportistas, pescaderos que vienen de Sucre y se quedan ahí en el hotel. Yo diariamente veo como se paran los carros y ellas se suben. A veces el carro se las lleva y otras veces se queda ahí”, explicó Gilberto Brito, habitante del sector.
Quienes las observan a diario comentan que se agrupan por días, es decir, cada día de la semana hay un grupo diferente ofreciendo sus servicios. Brito destaca que dentro de los grupos solo ha visto tres adolescentes (femeninas) que aparentan 15 años de edad.
“Están hasta organizados porque diariamente vemos mujeres diferentes y los jueves solo vemos a los que pertenecen a la comunidad LGBTI. En ese grupo hay como cinco muchachitos que se visten de mujer y yo les calculo unos 16 años de edad. Se ponen peluca y ropa completa de mujer”, detalló Brito.
También en el centro de Maturín, en la calle Bomboná, los vecinos han sido testigos de cómo adolescentes entre 14 y 16 años de edad caminan de una esquina a otra mientras esperan por los “clientes”. El atuendo que suele usar es igual al antes descrito: minifaldas, tacones y tops sin tirantes.
«Son unas niñas, uno ve eso y le da dolor de cómo esas inocentes han caído en ese mundo. El fin de semana las vi, iban dos caminando cada una con un hombre y los acariciaban. Y se ve que no son muchachas de la calle, porque la ropa que usan está en buen estado. A la que más recuerdo es un pelito corto negro, piel blanca, esa muchachita no debe tener más de 16 años de edad”, relata Victoria Bastardo.
En municipios fronterizos
Son las 9 de la noche y el malecón de Barrancas del Orinoco es una gran fiesta en donde abundan las actividades de todo tipo. En un extremo están paradas cuatro jóvenes no mayores de 17 años. Aguardan por sus clientes frecuentes. Dos de ellas tienen rasgos indígenas y, aunque temerosas, también han incursionado al negocio de vender su cuerpo a cambio de comida o dinero.
Los habitantes de Sotillo, municipio al sur de Monagas, comentan que la prostitución se ha normalizado entre la población, incluso como mecanismo de trabajo. Por su cercanía con el río Orinoco, a la zona suelen llegar pescadores y comerciantes, quienes anclan sus barcos en ese lugar y, en algunos casos, se vuelven clientes recurrentes de las jóvenes que ofrecen servicios sexuales.
“Está mal decirlo, pero es común que aquí las jóvenes se prostituyan por queso, natilla, o un kilo de carne. Los indígenas también son clientes y pagan por esos servicios. A veces hasta sus propios familiares. Yo tuve una muchacha en mi casa de 14 años de edad, salió embarazada y no sabía de quién era el bebé. Inician una vida sexual muy jóvenes y ante la falta de educación en el tema suceden esas cosas. A veces también lo hacen por necesidad”, detalla Hilda Rodríguez.
VPH en niñas indígenas
Representantes en Monagas del Parlamento Indígena Venezolano, que no quisieron identificarse de manera individual por temor, comentan que de manera recurrente se hacían jornadas de atención a las comunidades indígenas. Pero que al llegar la pandemia esto se paralizó como forma de evitar la propagación de la COVID-19.
El último año que realizaron la jornada (2019) en Barrancos de Fajardo (población perteneciente al municipio Sotillo) detectaron a tres niñas entre 9 y 10 años de edad con una infección por virus de papiloma humano en la boca. Los casos fueron remitidos a Maturín, pero se impidió el seguimiento a los mismos.
«Barrancos de Fajardo es una zona donde llegan barcos de diferentes países. Estamos hablando de un tema delicado y poco denunciado, pero hay mucha necesidad en estos pueblos y a veces, los mismos familiares ofrecen a las niñas a cambio de dinero. Este tema nunca pudo ser denunciado porque hablamos de zonas donde impera el comercio ilegal y es un lugar que no está bajo supervisión del Gobierno”, comentó una fuente que pidió resguardar su identidad por temor a represalias.
Sin garantías de los derechos
“Se conoce como explotador sexual a alguien que se beneficia injustamente de cierto desequilibrio de poder entre él mismo y una persona menor de 18 años de edad, con la intención de explotar sexualmente a esa persona ya sea para provecho comercial o placer personal”, esta definición se formuló en Estocolmo, Suecia, durante el primer congreso mundial contra la explotación sexual de los niños (1996).
El concepto como tal de la explotación sexual ha estado ligado generalmente a redes de trata de personas, pero es mucho más amplio lo que esto abarca y así lo explica María Elena Navas, orientadora y concejera familiar:
«Decimos que se trata de explotación sexual y no prostitución porque estamos hablando de menores de edad. Es muy fácil culpar a los adolescentes de lo que hacen sin evaluar a profundidad el problema. Hay que tomar en cuenta que la mayoría de los jóvenes que se dedican a eso vienen de familias disfuncionales, no han recibido educación, o han sido abusados en su niñez”, precisó.
Navas sostiene que, de acuerdo con estudios psicológicos, 70 % de los niños que son explotados sexualmente en las calles fueron abusados durante su niñez por algún familiar o persona cercana al núcleo. Destaca que, por lo general, las consecuencias son palpables pasados los 15 años de edad.
“Los niños de 0 a 7 años no saben ni siquiera que están siendo abusados y cuando se detecta ya son adolescentes o adultos. Hay que recordarle a la sociedad que estamos hablando de menores de edad y en esa etapa de adolescencia hay una gran confusión. Normalmente, los jóvenes que son explotados han sido criados en ambientes de abuso y lo han normalizado. Hay que ir al fondo de la realidad”, agregó.
La orientadora asegura que el perfil de un niño explotado tiene características específicas como son: sustento de hogar, están en situación de calle, fueron abusados, hacen uso de drogas, familias desmembradas o porque es una práctica que creen normal por ser lo único que conocen.
“Lo obvio parece que es fuera por placer, pero ¿cuál es el fondo del problema? ¿por qué no hay una denuncia? ¿qué pasa con el sistema educativo? ¿qué ha hecho el Estado para garantizar los derechos de ese niño o niña? Este tema hay que manejarlo desde la complejidad y no desde lo simple”, acotó Navas.
A cambio de beneficios del Estado
La exdiputada a la Asamblea Nacional, María Gabriela Hernández, denunció a través de su cuenta en la red social Twitter que jefes de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap) en el sector Costo Abajo de Maturín extorsionan a las madres de familia con excluirlas del beneficio si no garantizan una actividad sexual.
“Recibí información de que un miembro de quienes controlan el Clap en Costo Abajo Maturín extorsiona a mujeres, soporte de hogares, por sexo. Las amenazan con sacarlas del beneficio o les piden sexo para hacerlas beneficiarias”, escribió Hernández.
El equipo de Crónica.Uno intentó establecer contacto con los afectados por la denuncia hecha por la exdiputada, pero por miedo a amenazas se negaron a hablar sobre la situación.
Hernández sostiene que el tema de la explotación sexual hasta ahora no ha podido ser atacado por las autoridades y denomina este problema como un esquema de esclavitud moderna.
«Hay muchos niños sin control que no pareciera que están bajo la potestad de alguien. Los mecanismos del Estado no son los más adecuados. No hay una forma de prevenir y detener este fenómeno. Necesitamos más familias y más colegios”, manifestó.
La exdiputada explica que en los mercados municipales y periféricos hay una nueva forma disfrazar estas prácticas:
“Ahora sucede que cargan unos termos de café para disimular y así tienen contacto con los hombres. Son niñas de 14 años de edad en adelante que hacen eso por comida porque vienen de sectores vulnerables. Esto se ve más que todo en las noches con los camioneros que pernoctan en el mercado”, añadió.
*Nombre ficticio por seguridad.