“La identidad cultural de un pueblo viene definida históricamente a través de múltiples aspectos en los que se plasma su cultura, como la lengua, instrumento de comunicación entre los miembros de una comunidad, las relaciones sociales, ritos y ceremonias propias, o los comportamientos colectivos”, Ignacio González Varas, Universidad de Castilla
Francisco González/Caleidoscopio Humano
(16-03-2023) Nuestra identidad, lejos de ser solo un aspecto civil o político, es el resultado directo del contexto donde nos desarrollamos. Esto se debe a que la misma se enmarca en una cultura, que trae consigo una lengua, dinámicas sociales definidas, música, religión e incluso gastronomía.
Una persona que nace en Venezuela necesariamente tendrá una identidad cultural distinta a una persona que nace en Yemen, aun cuando en sus hogares existan similares condiciones económicas. El entorno donde se crían determinará, sin lugar a dudas, su percepción del mundo.
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La identidad cultural es reconocida por la UNESCO como un derecho cultural y, en consecuencia, es un derecho humano universal, intransferible e irrevocable.
Todos los ciudadanos del mundo forman parte de una cultura. En algunos países, la importancia dada a la cultura es más visible que en otros.
En naciones como la India, las tradiciones propias del hinduismo son referentes mundiales del país, por ser esta la religión que practica la mayor parte de la población.
Países como Perú, Japón y Francia son mundialmente conocidos por su gastronomía, motivo de orgullo para sus ciudadanos y, al mismo tiempo, pilar de su identidad cultural.
El flamenco en España y el tango en Argentina son destacados ejemplos del arte como pilar de la identidad cultural de estos pueblos. Ocurre lo mismo con ejemplos como el reggaetón, la salsa y la bachata en naciones del Caribe.
Ahora bien, el caso venezolano es por demás interesante.
En Venezuela, tal como pasa en otras naciones extensas, la identidad cultural experimenta ligeras variaciones según la región del país.
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Las arepas andinas, ícono de la identidad cultural de Los Andes, poco significan para un cumanés, por ejemplo.
Lo mismo ocurre con las manifestaciones artísticas. La parranda, que abarca buena parte del fervor cultural de los pueblos del litoral central, poca importancia tiene para los guayaneses, que ven su venezolanidad mejor representada en el calipso.
La religión es otro elemento determinante, puesto que más del 80% de la población venezolana es cristiana, bien sea católica o protestante. Son frecuentes y concurridos los actos religiosos en festividades donde se honra a la Virgen del Valle, la Divina Pastora o el Nazareno.
El contexto de la crisis humanitaria que vive Venezuela ha desplazado a más de seis millones de connacionales del país. Los migrantes “regulares”, aquellos que cuentan con la documentación exigida por el Estado receptor, son vulnerables a discriminación, ataques xenofóbicos e importantes choques culturales con la sociedad a donde llegan.
La historia de los desplazados, refugiados y demás migrantes “irregulares” es incluso peor. Se ven expuestos con preocupante frecuencia a tráfico de personas, explotación sexual e indigencia.
Aunado a las realidades que viven, los migrantes venezolanos, documentados o no, experimentan dificultades con su propia identidad cultural. Al tener que adaptarse a una nueva cultura, es usual que se pierdan tradiciones y costumbres propias de su venezolanidad y, cuando eso ocurre, necesariamente se pierde una parte de su identidad.
Por citar un ejemplo, en el año 2016 se organizó una protesta masiva en la Ciudad de Panamá bajo el slogan “Panamá para los panameños”. El objetivo de la misma era demostrar descontento frente al recibimiento de migrantes venezolanos que, según los manifestantes, “robaban” sus empleos, delinquían en sus calles y destruían su país.
En Perú, Colombia y Chile han ocurrido eventos similares, que nacen de la xenofobia, el desconocimiento de la realidad que atraviesan los migrantes y una profunda indolencia frente a la crisis venezolana.
Ante estos actos, muchos migrantes han preferido cambiar su acento, su manera de vestir y comportarse, no solo para “encajar” en la nueva sociedad, sino para evitar ser visto como venezolano. Su identidad, en consecuencia, se convierte en un peligro.
El Estado venezolano, lejos de hacer algo para frenar la crisis migratoria, se ha dedicado a perpetuar políticas económicas ineficientes, que continúan forzando a miles de venezolanos a abandonar el país, abandonando en el proceso una parte de quienes son.
Para Jesús Delgado, Director de la Organización Social Koyobo, la migración es el suicidio de la identidad cultural, de las costumbres y tradiciones propias de la venezolanidad y constituye, además, “la eterna lucha de adaptarte a una esencia que en definitiva no es la tuya”.