«La esperanza es lo último que se pierde», una frase que, quizá, suene trillada, pero que mantiene de pie a millones de jóvenes que, aun en medio de la crisis, apuestan por Venezuela
Emmanuel Rivas/Caleidoscopio Humano
(17-03-2023) Desde el año 2015, Venezuela atraviesa una de las mayores crisis de su historia. El colapso de los servicios públicos y las vulneraciones a los derechos humanos, ha llevado a que más de 7 millones de personas hayan migrado. La mayoría de ellas, jóvenes menores de 30 años.
En el último informe presentado por la Organización de Naciones Unidas a través de la plataforma R4V y publicado en el mes de enero, son 7.177.885 los venezolanos refugiados y migrantes en el mundo.
El estado Mérida, al occidente de Venezuela, no escapa a esta situación. Sus calles ya no las marcan el dinamismo, algarabía y alegría que años atrás caracterizaba a esta ciudad universitaria.
Solo en los últimos años, más de 30 mil jóvenes han abandonado las aulas de clases de la Universidad de Los Andes (ULA), la principal casa de estudios universitarios de la región y una de las más importantes del país.
A pesar del oscuro panorama, de la Emergencia Humanitaria Compleja, de no contar con las oportunidades para desarrollarse de la mejor manera y vivir con la incertidumbre de lo que será su futuro, hay millones de jóvenes que aún apuestan por el país.
Es el caso de Álvaro Luis Avendaño, un joven médico veterinario y concejal del municipio Rangel, una zona rural, agrícola y productora de papa, ajo, zanahoria y otras hortalizas.
Avendaño asegura que sus sueños y metas, en este momento, están paralizadas.
«El estrés que genera no poder cubrir las necesidades básicas, ni desarrollar mis proyectos personales, como tener casa propia, un vehículo más moderno o vacaciones, es algo que como joven resulta frustrante», señaló.
“Muchos amigos y familiares han migrado en busca de mejores condiciones de vida. Me he tenido que despedir de ellos siempre con la esperanza de reencontrarnos en Venezuela y no en otro país. No niego que, a veces, quisiera emigrar, pero también le estoy dando una oportunidad al tiempo para ver si logro consolidar lo que me he propuesto lograr en mi país”, sentenció con tono esperanzador.
La situación de Álvaro Luis es la misma que afecta a Jesús*, un joven profesional y empleado público que ha tenido que posponer sus sueños y anhelos por la crisis venezolana.
Al consultarle cómo le ha afectado la Emergencia Humanitaria Compleja, señala, con un tono que va de la decepción a la desesperanza, que él, como muchos jóvenes, apostó por la preparación y formación académica, pero esto no le ha permitido alcanzar las metas que se propuso a nivel personal y profesional.
“La disminución del poder adquisitivo y la dificultad para darle una vida digna a mi familia es, por demás, estresante, frustrante y no deja de ser preocupante no contar con los recursos económicos para tener la calidad de vida que pudimos gozar en años anteriores”, señala.
¿Qué es lo más difícil que le ha tocado enfrentar cómo joven, en medio de la situación país?
“Son tantas cosas que nos han marcado que no sé ni por dónde empezar. Sin embargo, creo que lo más difícil ha sido el no poder costear consultas médicas para mi familia y las mías propias”.
“El no poder pagar un seguro médico en caso de que se presentase alguna emergencia y tener que acudir a un hospital público donde no hay insumos, donde la atención ya no es la mejor y está condicionada, es muy rudo”.
¿Ha pensado en migrar?
“Ya lo hice en una oportunidad y la experiencia no fue la mejor. Sin embargo, sí me gustaría migrar de nuevo. Si en algún momento tomo la decisión definitiva, lo haría a un país desarrollado o, al menos, con una clara visión de desarrollo, donde pueda aportar mis conocimientos”.
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“En Venezuela, las oportunidades están sesgadas o parcializadas y, por mucha preparación que tengas, siempre vas a necesitar de un contacto, de una «palanca» o de algún conocido, para tener acceso a una buena oportunidad laboral”.
A su juicio, ¿qué es lo que más afecta a los jóvenes venezolanos en la actualidad?
“Sin duda que la falta de oportunidades y el débil aparato económico y productivo del país, es lo que más nos afecta como jóvenes. Tener que hacer dos, tres o hasta más trabajos para poder sobrevivir, eso es un desgaste que nos está llevando a enfermarnos, a perder tiempo de calidad con la familia o no tener espacio para nosotros como jóvenes”.
“A los jóvenes nos endosaron el resultado de las malas decisiones que se tomaron a lo largo de los años”.
A pesar de toda esta situación, ¿apostarías en algún momento por Venezuela?
“Venezuela siempre será mi primera opción, a pesar de querer migrar, si pudiese contar con un buen capital, sin duda apostaría por la creación de un negocio o empresa que me permita mejorar mi calidad de vida y la de mi familia”.
Caminar para poder estudiar
Mérida es una ciudad universitaria. Es común ver por sus calles a jóvenes caminando para llegar a las distintas facultades. Esta situación se ha incrementado por el alto costo del pasaje, que los obliga a «pedir cola» o caminar.
Omar Quintero, vive en Ejido, capital del municipio Campo Elías, es estudiante de la Facultad de Humanidades y Educación de la ULA, necesita, cada semana, 80 Bs., solo para los pasajes, cerca de 320 bolívares al mes (13,33 dólares a la tasa BCV del 16 de marzo) y recibe una beca, que, en el mes de marzo fue de Bs. 135, (5,63 dólares a la tasa BCV del 16 de marzo) a través del Sistema Patria.
«Muchos vivimos lejos de la facultad y cubrir los pasajes todos los días, es muy difícil para nosotros como estudiantes e, incluso, es una situación que afecta a muchos profesores que no tienen carro o que, la falta de combustible, los obliga a usar el transporte público», aseguró.
El monto mensual que requiere un estudiante para trasladarse, varía de acuerdo con el municipio en el que viven. Hay estudiantes que viven en municipios más lejanos y necesitan hasta Bs. 250 cada día para trasladarse ($ 10,42 a la tasa BCV del 16 de marzo).
“A pesar de todos los esfuerzos que nos toca hacer como estudiantes, somos muchos los jóvenes que seguimos apostando por Venezuela, por prepararnos y, en algún momento, poder contribuir en la recuperación y desarrollo del país”, finalizó Quintero.
Los jóvenes en América Latina
En un país con una profunda crisis como Venezuela, los jóvenes ven como simples espectadores, los avances que se presentan en otros países de la región y que van más allá de planes como el “Chamba Juvenil” creado por el gobierno venezolano en el año 2017.
Países como Chile, Colombia y Argentina cuentan con políticas y leyes que garantizan el ingreso de jóvenes, de 18 a 24 años, a su primer empleo formal.
Sin embargo, la Organización Internacional del Trabajo (OIT), alertó sobre el alto desempleo, la informalidad y la falta de oportunidades para los jóvenes en América Latina.
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Durante el año 2022, la Organización de Naciones Unidas (ONU), presentó un informe que mostró un leve descenso en el desempleo en Latinoamérica, ubicándolo en 7,2 %.
A pesar de esto, la informalidad supera el 50 % y puede llegar hasta el 80 % en los nuevos empleos generados. La mayoría de estos trabajos informales, son ocupados por jóvenes provenientes del éxodo venezolano y que, ante la falta de oportunidades, aceptan ofertas laborales con bajos salarios, sin protección ni respeto a sus derechos laborales.
Otro dato que resulta abrumador en el contexto latinoamericano, es que, de acuerdo a la OIT, -al menos- 20 millones de jóvenes no estudian ni trabajan, debido a la frustración y el desaliento por la falta de oportunidades en el mercado laboral.
Sin oportunidades, ni DESCA
Las reiteradas vulneraciones a los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales (DESCA) que ocurren en Venezuela, afectan de una manera diferenciada a los jóvenes, quienes ven mermadas sus oportunidades de acceso a la educación, a atención médica, a espacios sociales, recreativos y culturales, así como a sus derechos laborales.
El Estado venezolano está en la obligación de crear políticas que vayan en beneficio de toda la población venezolana y que no se limiten a la entrega de un bono que resulta insuficiente para cubrir las necesidades básicas de las familias y, en este caso, de los estudiantes y jóvenes que, en medio de las adversidades y la crisis, siguen apostando por tener una vida digna, en Venezuela.
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Jesús* es un nombre ficticio. La fuente pidió que su identidad fuese resguardada.