Los dos sectores de Bogotá, donde casi el 90 % de los habitantes son migrantes que huyeron del país vecino, viven una grave crisis de seguridad y sanidad en su nuevo hogar
(12-04-2024) Son las cinco de la mañana, el aire andino de Bogotá es helado, y Saray, una niña de cuatro años, camina entre la basura, el barro y la arena. No ha comido nada aún y agarra fuerte la mano de su madre, Omaira, para buscar refugio y comida en el jardín infantil más cercano.
Las dos deben caminar dos kilómetros para llegar al lugar porque no cuentan con 6.000 pesos (1 dólar y medio) para tomar un transporte en bicitaxi que las mueva más rápido.
Da igual, porque Omaira, la madre, sabe que Saray no puede perderse un día en el jardín: si se quedara en la casa, Saray solo podría tener una de las tres comidas del día. Las dos, madre e hija, son venezolanas y parte de los miles de migrantes que abandonaron la crisis de Venezuela para buscar una mejor vida en Colombia.
En Bogotá encontraron un refugio, en un barrio poco visitado, que paradójicamente tiene el nombre del líder que transformó su país: el barrio Hugo Chávez. Un barrio donde muchos migrantes venezolanos saben que, si bien Caracas no vive las mismas crisis que Bogotá, acá y allá la miseria tiene una cara muy parecida.
Bogotá alberga hoy al menos 572.000 migrantes venezolanos, según cifras de ProBogotá y Usaid, entregadas en marzo pasado. Y el 60% de esos migrantes están asentados en las localidades de Engativá, Ciudad Bolívar, Suba, Kennedy y Bosa. El PAÍS realizó un recorrido por los barrios Hugo Chávez y República Venezolana, dos donde la enorme mayoría de los habitantes son migrantes—entre 80 o 90% de las personas.
Si no fuera por el clima frío, estas pequeñas venezuelas bien podrían parecerse a Caracas o Maracaibo, donde suenan en las voces más chamos que parceros. Como Saray, la niña de 4 años, en el barrio Hugo Chávez viven más de 300 niños venezolanos.
El barrio Hugo Chávez es el nombre informal, su nombre oficial es Unir II. Es un barrio de invasión ubicado en la localidad de Engativá, en Bogotá, el cual tiene alrededor de 4.000 habitantes, de los cuales el 80 % son venezolanos.
Hugo Chávez, el barrio y no el líder, arrancó hace años como un terreno amplio al que llegaban los recicladores de la ciudad con sus caballos de carga. Pero un día llegó allí Mariano Porras, un terrateniente y fiel seguidor de Chávez, quien en 2005 compró el terreno y decidió luego vender lotes por 1 millón de pesos (260 dólares). La idea es que fuera un hogar para los migrantes de Venezuela y ellos, efectivamente, llegaron. Fabricaron, improvisando, varias casas con madera, ladrillo y bahareque.
La primera en construirse fue “la casa vieja”, ubicada en el centro del barrio y desde allí hacia al fondo siguieron construyendo —sin licencia— casas que tienen entre cuatro y cinco pisos hacia arriba. En cada piso viven de ocho a diez personas, todos familiares entre sí, por lo que en cada edificio se alojan unas cincuenta personas venezolanas. En el caso de Omaira y Saray, las dos viven en una casa de 4 pisos con otras 4 familias venezolanas, y todos son viejos conocidos desde Maracaibo.
Pero, de acuerdo con la Policía, este es hoy uno de los cuatro barrios más peligrosos de toda la capital. Sus propios habitantes dicen que quien entra a llevar un domicilio o a prestar un servicio de transporte público, corre el riesgo de no salir nunca. “Como nadie se atreve a entrar acá, no los van a encontrar”, dice Omaira, la madre de Saray.
Miembros de las temidas bandas criminales venezolanas como El Tren de Aragua, Los Rolos y Los Costeños han sido capturados en el barrio realizando operaciones de tráfico de estupefacientes, hurtos y asesinatos. Hay noticias frecuentemente de desapariciones e incluso casos en los que se han encontrado cadáveres en el humedal Jaboque —aledaño al barrio. Cuando Saray, de 4 años, camina entre el barrio, su madre no solo camina entre el frío sino también entre el miedo.
¿Porqué dejar Caracas por un lugar igual de inseguro? “Por lo menos aquí en Colombia mi marido puede trabajar, en Venezuela estábamos quietos,” dice Kimberly Ramírez, una de las vecinas de Omaira. Trabajo mal pagado, pero trabajo al final del día.
República de Venezuela, una invasión en Ciudad Bolívar
En medio de una de las lomas empinadas de Ciudad Bolívar, una de las localidades más pobres de Bogotá, se encuentra República de Venezuela, un barrio de invasión compuesto en un 90 % por venezolanos. Al llegar allí se tiene la sensación de estar, no en un barrio, sino en un conjunto de casas donde todos se conocen: la gran mayoría tienen a sus familiares de vecinos.
A diferencia de Hugo Chávez, en República de Venezuela no hubo un terrateniente vendiendo un terreno: los migrantes que llegan se acomodan día a día donde hay espacio, así de simple. Las casas son construidas en madera y tejas de aluminio, con dos o tres divisiones a lo ancho, donde viven de ocho a diez personas. A diferencia de Húgo Chávez, República de Venezuela no está formalmente legalizado como barrio, y vive completamente en la informalidad—la luz viene con cables del barrio vecino, el agua se toma de una fuente natural aledaña. No hay acueducto, no hay red eléctrica.
Alexander, de 34 años, está sentado en su silla de ruedas en la entrada de su casa construida con retazos de madera. Hace ocho años dejó Valencia, Venezuela, en búsqueda de trabajo. Logró trabajar como mecánico en una empresa cerca al Parque Simón Bolívar en Bogotá. Estaba contento, la vida le sonreía porfín, pensaba que ahora sí iba a salir de la miseria, que algo parecido al ‘sueño colombiano’ se acercaba.
Hasta una mañana del 2022, cuando tuvo un accidente de tránsito al bajar de la loma donde vive hacia el centro de la ciudad, y ahora no puede caminar. “¿Me devolví de Venezuela para pedir plata en semáforos dando lástima?” se pregunta. Vino a buscar oportunidades, un futuro, no vino a mendigar. No dejó la pobreza de la República de Venezuela para vivir en la pobreza de la otra República de Venezuela.
No muy lejos de él vive Yeimi Carreño, de 42 años, migró de Venezuela en 2015 y en Bogotá ha sido recicladora, aseadora y albañil. En ocasiones se veía obligada a dejar solos a sus dos hijos, porque no tenía quien cuidara de ellos y esto, le trajo problemas con el Estado colombiano.
El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) inició hace unos años un proceso en su contra para quitarle la custodia de los menores—que se terminó resolviendo a su favor, con el apoyo de su esposo, quien se mudó a Colombia al saber que corrían el riesgo de perder a los dos niños.
“Estamos agradecidos con Colombia”, dice. Lo dice a pesar del abandono en el que está el barrio, a pesar de que casi le quitan a sus hijos. No se va. Actualmente se están mudando a una nueva casa, construida por ella y su pareja, en la República de Venezuela de Bogotá. Las gotas de la lluvia se sienten en su techo construido por latas de aluminio. Es más frío que Caracas, y quizás igual de pobre o peligroso que Caracas, pero no no, no es Caracas.