Fuente original: Laboratorio de Periodismo. – Millones de personas en todo el mundo reducen su exposición a la actualidad en un entorno de notificaciones permanentes y flujo incesante de titulares, un fenómeno que crece por la carga emocional de coberturas sobre conflictos y crisis, la fatiga informativa y la desconfianza, y que alcanza ya al 40% de los encuestados en casi 50 países según el Digital News Report del Reuters Institute; un reportaje de The Guardian aborda este giro en los hábitos y reúne testimonios que describen rutinas de desconexión —desinstalar aplicaciones, fijar ventanas de lectura, evitar vídeos— junto a evidencias académicas que relacionan la sobreexposición con mayor ansiedad y estrés, mientras expertos alertan de los riesgos de una retirada sostenida para la participación cívica y el seguimiento del debate público.
Millones de personas en todo el mundo están modificando su relación con la actualidad ante un entorno informativo que no descansa, que llega por múltiples pantallas y concentra un alto volumen de contenidos sobre conflictos, crisis y hechos traumáticos. Este patrón, documentado en encuestas internacionales y en investigaciones académicas, se traduce en más ciudadanos que limitan o evitan el contacto con las noticias por cómo afectan a su estado de ánimo, por la desconfianza y por la sensación de no poder actuar sobre lo que leen o ven, con tasas de evitación que han crecido en menos de una década y que obligan a redacciones y plataformas a replantear formatos, ritmos y prioridades editoriales.
El fenómeno se refleja en los datos del Digital News Report del Reuters Institute, que sitúa la evitación selectiva de noticias en el 40% de los encuestados en casi 50 países, frente al 29% de 2017, con niveles más altos en Reino Unido (46%) y en Estados Unidos (42%). Entre los motivos más citados aparecen el impacto negativo en el estado de ánimo, la fatiga por la cantidad de información, la sobrecobertura de guerras y conflictos y la percepción de que la información no es accionable en la vida cotidiana.
The Guardian ha abordado este problema en un reportaje con testimonios que ilustran la desconexión progresiva. Una jubilada en Arizona explica que dejó de ver noticiarios hace años porque le generaban ansiedad y desvelo nocturno. Un profesional británico del marketing relata que, desde la pandemia, eliminó la mayoría de aplicaciones informativas del móvil y evita los informativos televisivos; incluso fundó una comunidad en Reddit, r/newsavoidance, para intercambiar “pros y contras, consejos y herramientas” de la desconexión. Otros entrevistados cuentan que acotan su consumo a una revisión semanal de titulares o que han reducido el seguimiento a ventanas muy concretas del día para mantener el control.
Las investigaciones académicas citadas en ese reportaje apuntan de forma consistente a la relación entre exposición intensiva a noticias —especialmente a través de televisión y redes sociales— y peor salud mental. Trabajos de la psicóloga Roxane Cohen Silver, que han analizado el consumo informativo en crisis como el 11-S, la pandemia o desastres climáticos, vinculan la mayor exposición con más ansiedad, depresión y síntomas de estrés. La especialista recomienda fijar horarios para informarse, desactivar alertas, optar por boletines y, en lo posible, evitar el visionado de vídeos, ya que la exposición a imágenes especialmente gráficas se asocia con mayor malestar.
Las encuestas sobre clima social en Estados Unidos, como Stress in America de la American Psychological Association, añaden otra capa: la política, el estado de la economía y la propagación de noticias falsas figuran entre los principales estresores. Ese cóctel, combinado con un acceso permanente en el teléfono y con algoritmos que priorizan lo impactante, amplifica la sensación de saturación y acelera la retirada de parte del público.
El investigador Benjamin Toff, director del Minnesota Journalism Center y autor de Avoiding the News, propone distinguir entre quienes limitan de forma deliberada su dieta informativa —un patrón compatible con una vida cívica activa— y quienes se retiran de manera sostenida. En este último grupo, los estudios observan mayor prevalencia entre jóvenes, mujeres y personas de menor nivel socioeconómico, con el riesgo de agrandar brechas de participación y de conocimiento público. Cuanto más tiempo se pasa desconectado, más difícil resulta reconstruir el contexto de los acontecimientos y volver a implicarse.
La conversación ha migrado también a comunidades digitales donde se comparten rutinas para proteger la salud mental sin aislarse por completo. Foros como el citado r/newsavoidance recogen propuestas que se repiten en diferentes testimonios: organizar “ventanas” diarias para ponerse al día, desactivar notificaciones, suscribirse a resúmenes de medios de confianza, priorizar explicadores frente al flujo continuo y renunciar a la reproducción automática de vídeos. El objetivo declarado por muchos participantes es reducir el “doomscrolling” y recuperar la sensación de control sobre el tiempo y la atención.
El debate alcanza a los propios medios, que exploran respuestas para no perder a los “evitadores consistentes”. Las recomendaciones que se han ido consolidando en informes de referencia apuntan a ofrecer recorridos de entrada menos abrumadores —boletines, resúmenes, narrativas de seguimiento que separen con claridad lo nuevo de lo sabido—, añadir utilidad práctica y orientación de servicio, reforzar la transparencia sobre procesos y fuentes, modular el tono y evitar la sobrecobertura cuando no hay avances sustantivos. La idea es que la experiencia de informarse no resulte punitiva: más contexto, más claridad y más control del tiempo sin renunciar a la verificación ni a la rendición de cuentas.
En paralelo, el Digital News Report detalla la metodología que permite seguir la evolución de estos comportamientos: encuestas online representativas por edad, género y región en decenas de mercados, lo que facilita comparar tendencias de interés, confianza, formatos de acceso y patrones de evitación. Aunque los porcentajes varían por país, la tendencia global de los últimos años es clara y obliga a una revisión de producto y de narrativa en un ecosistema donde la audiencia puede acceder a noticias 24/7, pero no necesariamente quiere hacerlo sin filtros ni pausas.