La falta de acceso a servicios médicos, agua potable y alimentos, aunado a una atención médica insuficiente y culturalmente inadecuada, hace que enfermedades prevenibles como la tuberculosis, la tos ferina, o la desnutrición mermen a la población warao
(12-03-2025) La situación de salud de la etnia Warao es un reflejo de las desigualdades estructurales que histórica y sistemáticamente enfrentan los pueblos indígenas en Venezuela. La falta de acceso a servicios médicos oportunos y la marginación social han creado un círculo vicioso de enfermedades y sufrimiento que amenaza con diezmar la segunda población indígena más numerosa del país, asentada en el delta del Orinoco.
Las cifras oficiales que permitirían dimensionar el problema en la actualidad son inciertas, teniendo en cuenta que la publicación del Boletín Epidemiológico el Ministerio del Poder Popular para la Salud (MPPS) de Venezuela ha sido irregular, con períodos de silencio y reanudaciones, generando cuestionamientos por parte de organizaciones como la Sociedad Venezolana de Salud Pública, la Academia Nacional de Medicina y la organización no gubernamental Programa Venezolano de Educación Acción en Derechos Humanos, mejor conocida como Provea.
Para ilustrar la irregularidad, valga como ejemplo el hecho de que en 2016 el MPPS publicó los boletines que adeudaba desde julio de 2015, año en el cual Henry Ventura, ministro de la cartera para entonces, declaró que “el boletín no va a salir más nunca”. Después de esto, en noviembre de 2023, se dio a conocer el último boletín epidemiológico semanal.
A pesar de la opacidad gubernamental, algunos documentos ofrecen referencia de la situación de salud del pueblo Warao: un informe publicado en 2021 por la Fundación La Salle de Ciencias Naturales revela que “95 por ciento de la población, estimada en 22 mil miembros, sufría desnutrición y parasitosis”; además, sostiene que enfermedades como la malaria, el cólera, la difteria y la tuberculosis habían resurgido “con fuerza”.
La tuberculosis es considerada la principal causa de muerte en el pueblo warao. En 2020, un estudio publicado en la revista EntreRíos, de la Universidad Federal do Piaui (Brasil) y realizado por un grupo de expertos venezolanos, señalaba que la incidencia de esta enfermedad en la población indígena es 13 veces mayor que en la población no indígena y 19 veces superior a la tasa nacional en el estado Delta Amacuro, donde se asienta más de 80 por ciento de comunidades de esta etnia.
El mismo estudio recuerda que, en 2013, las principales causas de mortalidad de indígenas en ese estado fueron diarreas, gastroenteritis, infecciones respiratorias y enfermedad por VIH. Dos años antes de su publicación, en 2018, la oenegé Kapé-Kapé alertaba sobre el aumento de sarampión, paludismo, tos ferina y poliomielitis entre los waraos.
Según el equipo de antropólogos y profesionales de la salud que participó en este estudio, a propósito de la migración de grupos de indígenas a Brasil, “las condiciones de vida de las comunidades waraos son de las más precarias de todo el país”; además, asegura que “los problemas de salud están determinados, principalmente, por la carencia de saneamiento básico, falta de agua potable, escasez de alimentos y difícil acceso a servicios de salud eficientes y culturalmente adecuados”.
Huyendo del destino insano
Las condiciones de salud que enfrenta el pueblo warao constituyen una de las principales razones del abandono de su territorio ancestral. Algunos de sus miembros se han establecido en Tucupita, capital de Delta Amacuro, mientras que otros han migrado hacia el municipio Caroní, en el estado Bolívar; y hacia Monagas. Muchos optan por desplazarse a países vecinos como Guyana o Trinidad. Incluso, la precariedad es tal, que algunos prefieren caminar más de 700 kilómetros para llegar a Brasil.
Alexander Mansutti Rodríguez, antropólogo y docente de la Universidad Experimental de Guayana, afirma que “los indígenas se han movido y continúan moviéndose (…), creando bolsones de miseria, lo que se demuestra en los asentamientos del municipio Caroní, ubicados en rellenos sanitarios y laderas de quebradas”. Los más conocidos son Cambalache, Terminal de San Félix y Riviera. También están los asentamientos de Chirica Vieja, La Caldera, Saruman, Malecón de San Félix y Jsanuka.
Sin embargo y pese a los sacrificios que hacen los miembros de la etnia, el panorama que encuentran en las localidades de destino no es el más alentador: persisten la escasez de alimentos y medicinas, la falta de acceso a servicios de salud y agua potable y la muy limitada posibilidad de empleo (por lo que abandonaron los caños del delta del Orinoco), lo que en nada contribuye a mejorar su salud ni sus condiciones de vida.
El profesor e historiador Juan José Jaramillo, experto en la cultura warao, explica que esta etnia dependía, tradicionalmente, de su gastronomía y su dieta, basada en la palma de moriche, conocida como «la planta de la vida». De esta planta obtienen la Yuruma y el gusano del moriche.
“Ellos cortan la palma de moriche, abren un agujero y lo tapan con las mismas hojas; allí se cría un gusano, llamado gusano del moriche. Es un gusano con altísimo contenido de proteína. Los waraos se lo comen bien sea crudo, asado o acompañado con arroz”, explica.
El relato de Jaramillo apunta a destacar el escaso valor nutricional de los alimentos que consumen en la actualidad los waraos y que, por supuesto, afectan su salud, producto de los crecientes problemas ambientales en los caños -como la contaminación generada por la explotación de hidrocarburos y la actividad minera- o la afectación de su hábitat, luego del cierre del caño Manamo, que acidificó los suelos y salificó las aguas, principal fuente de vida para las comunidades indígenas.
Monseñor Ernesto Romero, vicario apostólico de Tucupita, lista los cambios registrados en el ecosistema, la intrincada geografía de la zona y la escasez de combustible, que dificulta la movilidad de la población indígena, como factores que atentan contra las actividades tradicionales de subsistencia de los waraos: la pesca y la recolección.
“Antes, los waraos salían y pescaban allí mismo, pero la pesca de arrastre dañó el ecosistema”, sostiene monseñor. “Ahora, para pescar, necesitan ir a zonas que están muy arriba, para lo cual o no cuentan con motor o no disponen de combustible”, agrega.
Para el representante de la iglesia católica, esto no solo agrava la situación de inseguridad alimentaria en la que se encuentran, sino que perjudica los procesos de curación y tratamiento de enfermedades, “porque sin alimentos y solo con medicamentos, es como tener una bomba en el estómago”.

Las comunidades warao en el municipio Caroní se ubican en sectores contaminados y de difícil acceso
En igualdad de condiciones
Más de 40 años tienen los miembros de la etnia Warao asentados en el sector Cambalache del municipio Caroní, en el estado Bolívar. Según Raimundo Maita, uno de sus fundadores, las precarias condiciones económicas de la comunidad en general impiden que sus miembros puedan acceder a una alimentación y una atención médica adecuadas. “Aquí se enferman los muchachos y no tenemos rial para llevarlos a los hospitales”.
Esta comunidad indígena se encuentra en un área marginada y contaminada de Ciudad Guayana, cerca del antiguo relleno sanitario y la zona industrial de Matanzas, expuesta por tanto a desechos tóxicos. Ante la falta de recursos y acostumbrados a este entorno, los habitantes sobreviven recolectando materiales reciclables en el vertedero de basura de Cañaveral, procurando conseguir alimentos de forma inmediata, aunque esto también signifique comprometer su salud.
La situación de precariedad no es diferente en la comunidad Jsanuka, una de las más desconocidas y desamparadas en el municipio Caroní, ubicada en la periferia del sector Pinto Salinas. Su capitana, Andrea Beria, admite que hay desnutrición entre los habitantes y dificultades de acceso a agua potable.
“Comemos dos veces al día, cuando podemos; a veces, una sola vez”, comenta Beria. “Y la única fuente de aguas blancas que tenemos es un tubo roto que está en la entrada de la comunidad”, agrega.
Un camino escabroso hacia la salud
Jesús Jiménez, médico cirujano y miembro de la etnia Warao, insiste en que uno de los principales problemas que enfrentan los indígenas en Delta Amacuro es la movilidad, ya que sus comunidades se encuentran alejadas de los centros de salud y, además, la mayoría de los asentamientos carecen de motores o combustible para navegar a través del río.
Para comprender la situación, propone en una visión “panorámica” de la entidad: “tenemos un hospital en Curiapo, capital del municipio Antonio Díaz, que atiende a comunidades ubicadas a dos o tres horas de remo; además, dos centros de salud en el municipio San Francisco de Guayo, uno en la parroquia Manuel Renaud y otro en la parroquia Padre Barral, con personal médico rotativo de Médicos Sin Fronteras”.
Jiménez asegura que, aunque existe la infraestructura de salud en la región, “no hay recursos suficientes para su funcionamiento adecuado” y cita como ejemplo que “realizar un análisis de sangre es complicado, debido a la falta de recursos, lo que obliga a redirigir a los pacientes al hospital de Tucupita, al que se llega a canalete entre cinco y siete días”. En su opinión, la situación es «calamitosa”.
Con este panorama descrito por el profesional de la Medicina, no es de extrañar que los waraos opten por enfrentar las enfermedades que aparecen en sus comunidades con remedios propios de su cultura y de origen natural.
Yucatán Palacio es enfermero y coordinador del ambulatorio ubicado en El Moriche, a dos horas de Tucupita, capital de Delta Amacuro. Asegura que, a pesar del apoyo de organizaciones como Médicos Sin Fronteras y UNICEF, el centro de salud, destinado a atender a 300 familias de esa comunidad indígena, solo cuenta con dos enfermeros y carece de especialistas y equipos. Coincide en que la movilidad es un “obstáculo crítico” para la atención médica. “En emergencias, los pacientes deben ser trasladados a Tucupita, pero el transporte es limitado y las ambulancias son insuficientes”.

La falta de médicos en el ambulatorio El Moriche, ubicado a dos horas de Tucupita, evidencia la falta de recursos que precariza la atención de los pacientes indígenas
En contraposición, Mervic Palma, coordinadora del laboratorio del hospital Luis Razetti, ubicado en Tucupita, destaca la atención médica preferencial que allí recibe la comunidad indígena. Asegura que el servicio incluye comidas, ayudas y exámenes de laboratorio, realizados en colaboración con la Fundación Sol Naciente, autorizada por la gobernación de Delta Amacuro. Dice que también proporcionan medicamentos, estudios de rayos X, tomografías y traslados, cuando es necesario.
La situación no es distinta al común en las comunidades waraos de Ciudad Guayana, sobre todo en lo que respecta a la movilización de pacientes. Egnis Cova, médico cirujano en Cambalache, destaca que “en situaciones de emergencia, los usuarios de transporte público esperan más de dos horas por un vehículo, lo que pone en riesgo su supervivencia”. Además, “la mejor opción que tienen son las perreras (camionetas tipo pick up transformadas para el traslado de pasajeros), a un costo que oscila entre 10 y 20 dólares, porque las ambulancias pueden demorar cuatro o cinco horas”.
Apoyo con límites
El Servicio de Atención y Orientación al Indígena (SAOI), adscrito al MPPS, es un ente que se enfoca en brindar cuidado directo a los miembros de las distintas etnias venezolanas, en diferentes hospitales del territorio nacional. Aun cuando informaciones recabadas en la prensa sugieren que fue creado hace casi 20 años y que ha sido considerada “una de las adecuaciones interculturales en salud más avanzadas del país”, su personal reconoce las dificultades que enfrenta para cumplir con su labor, al igual que lo hacen los warao.
“Aquí tenemos una doctora, pero no tiene ningún implemento para trabajar”, dice tajantemente Candelario José de la Cruz, autoridad de la comunidad warao de Cambalache, al referirse a las condiciones en que se encuentran los centros de salud en los que se atiende a sus coterráneos.
Jessica de Freitas, supervisora del SAOI en el hospital Uyapar de Ciudad Guayana, señala que el servicio no cuenta con una oficina en el centro de salud, lo que -a su juicio- dificulta la atención de los indígenas durante los fines de semana y los obliga a esperar hasta el lunes. Relata que “en 16 años, nunca hemos recibido apoyo de ningún organismo gubernamental para contar con un espacio”.

Jessica de Freitas, supervisora del SAOI en el hospital Uyapar, destaca que la falta de una oficina en ese centro de salud, dificulta la atención de los indígenas durante los fines de semana
Violeta Guaruya, también del SAOI en Ciudad Guayana, pero en el hospital Raúl Leoni, admite que los pacientes indígenas, especialmente los waraos, enfrentan dificultades para acceder a una atención médica adecuada, sobre todo cuando se trata de realizar exámenes o conseguir medicamentos; sin embargo, aclara que “el rol del servicio es de intermediación, no de proveedores”, y que “se busca apoyo coordinando con líderes indígenas, organizaciones y alcaldías para cubrir las necesidades”.

Violeta Guaruya, también del SAOI pero en el hospital Raúl Leoni, admite que para los pacientes indígenas no es fácil contar con atención médica adecuada, realizar exámenes de laboratorio o conseguir medicamentos
Andrea Beria resume el alcance que tiene la atención que prestan a los indígenas en los centros de salud de la región diciendo: “nos dan solo un récipe, pero no tenemos cómo comprar las medicinas. Si no las compras, allí te mueres”.
Una acción insuficiente para restaurar la salud del Warao
Si bien las cifras son inciertas, los operativos y jornadas realizadas por oenegés, fundaciones y organismos del Estado venezolano en el delta del Orinoco son una señal de la apremiante situación del pueblo warao. Esto sin mencionar episodios no esclarecidos que han costado la vida de miembros de esta etnia.
En 2024, la muerte de 12 niños, habitantes de las localidades Sakoinojo, Yorinanoko y Mukoboinai, encendió las alarmas de distintas organizaciones de Derechos Humanos y obligó a una comisión de la Dirección Regional de Salud del estado Delta Amacuro a “viajar hasta la zona afectada”, según reconoció -en alocución oficial- la gobernadora de la entidad, Lizeta Hernández.
La situación fue reportada por distintos caciques y denunciada, a través de su página web, por los Misioneros de la Consolata en Venezuela que asisten a los indígenas en la zona, en la que podía leerse que los niños habían fallecido en 72 horas, luego de presentar síntomas como fiebre, dolor de cabeza y de cuello, convulsiones y, ya cerca de la muerte, opresión en el pecho.
Además de la “activación inmediata” de la referida comisión, la respuesta gubernamental incluyó el envío del Janoko flotante, un barco hospital inaugurado en 2014 y que se mantuvo inactivo desde 2016 hasta 2021, cuando fue reinaugurado, según reseña el site del Observatorio Venezolano Antibloqueo. El navío asistencial se diseñó para la atención de 5.000 pacientes mensuales en 35 comunidades del delta del Orinoco.
Como médico, Jesús Jiménez considera que la acción de este barco hospital, “dotado con modernos equipos tecnológicos, que van desde consultorio general, hasta laboratorio conectado por señales satelitales”, según reseñan boletines oficiales; “si bien ofrece un servicio más especializado, no genera mayor impacto en las condiciones de salud de las comunidades indígenas”
“Yo he estado dentro”, aclara. “Carece de motor que lo pueda movilizar autónomamente, por lo que tiene que esperar a ser remolcado y estacionado en un punto, de manera que -una vez allí- comience a brindar atención médica; pero ninguna de estas enfermedades espera ni puede ser atendida a voluntad de quienes manejan la salud”.
Jiménez, como miembro del pueblo warao, conoce sus emergencias y afirma que la atención que ofrece este barco hospital “es esporádica” y “está determinada por el criterio de quien decide cuándo un indígena puede acceder a una atención inmediata y cuándo no”.
Contrario a este panorama, informaciones publicadas en medios oficiales e, incluso, en las redes sociales de la gobernadora Lizetta Hernández, reposteadas por el site de Con el mazo dando, señalan que en mayo de 2024 el hospital Janoko flotante atendió a “más de tres mil personas de la parroquia Manuel Renaud, municipio Antonio Díaz del estado Delta Amacuro”.
Ese mismo año y esta vez según declaraciones ofrecidas a Radio Fe y Alegría por la directora regional de salud de Delta Amacuro, Yajaira Segovia, “las jornadas de vacunación y la inmunización de niños continuaron en todo el territorio”. Aunque reconoció dificultades con el transporte, resaltó que “el equipo recorrió comunidades fluviales y terrestres, apoyado por las ubechés (Unidades de Batalla Hugo Chávez) y consejos comunales”.

La desnutrición, la falta de atención médica y las condiciones de miseria en la que viven, dejan marcas en los niños de la etnia
Una visita al sitio web del MPPS permite leer titulares y reseñas de operativos realizados durante el año pasado en distintas comunidades warao, como La Orchila, en la parroquia San Rafael del municipio Tucupita (220 deltanos atendidos) y en la parroquia Juan Millán, en el mismo municipio (570 indígenas atendidos). En 2025, en Remanse de Sacupana, municipio Antonio Díaz (151 habitantes atendidos).
Habría que considerar también las jornadas que lleva a cabo la fundación Sol Naciente, “un brazo ejecutor de las políticas sociales del Estado”, según declaró a El Deltano su presidente, Neydis Lara; y las acciones de la oenegé Médicos Sin Fronteras.
Estos esfuerzos apuntan a atender a una población de 48.771 personas, según el Censo Nacional del año 2011, que habita en más de 450 comunidades, distribuidas entre los ríos, islas y caños del delta del Orinoco. Si se revisa el mapa de Delta Amacuro, algunos lucen muy céntricos y, con estas cifras, insuficientes.
Compaginar prácticas ancestrales con medicina occidental
La etnia warao enfrenta grandes desafíos para la atención adecuada de su salud. A sus precarias condiciones de vida, marcada por la inseguridad alimentaria, la falta de agua potable y saneamiento básico, el hacinamiento e insalubridad de sus viviendas y el acceso limitado a servicios de salud y medicamentos; se suman factores culturales, como prácticas tradicionales que muchas veces no coinciden con el enfoque de la medicina occidental.
Jessica de Freitas asegura que “los waraos suelen recurrir a los centros de salud solo cuando sus dolencias no pueden ser tratadas por chamanes, caciques o parteras”.
En su condición de médico de Cambalache, Egnis Cova sostiene que “se ha hecho costumbre que los pacientes indígenas acudan a los centros hospitalarios sólo cuando la situación es grave y ya no encuentran solución”.
“Por ejemplo -comenta-, los waraos no llevan a un niño al hospital por dos evacuaciones, sino que esperan hasta que presenta una deshidratación moderada o severa. Eso nos hace enfrentarnos a una situación que ha escalado y se hace más complicada de resolver”.
En el estudio publicado en la revista EntreRíos de la ya citada universidad brasileña, sus autores denuncian que “la falta de adaptación a la cultura, el idioma y la medicina tradicional del pueblo warao” son elementos que operan como mecanismos de exclusión del sistema de salud. Por ejemplo, explican que -en su cultura- “el diagnóstico de las enfermedades es un proceso complejo que puede prolongarse varias semanas e involucrar a los diferentes chamanes y fitoterapeutas de la comunidad”.

La falta de recursos para el traslado y atención de infantes, limita a las madres dejándoles como única opción recurrir a su medicina tradicional
“En caso de que ninguno de los especialistas warao identifique el padecimiento dentro de su ámbito curativo, o si los tratamientos no logran los resultados esperados, entonces enviarán al enfermo a la medicatura, por tratarse de afecciones exóticas provenientes del mundo de los criollos”, escriben Zaida Araujo, Aimé Tillet y Jacobus de Waard.
Citando un estudio previo al realizado por ellos en 2020, sostienen que “tanto los chamanes como las fitoterapeutas ven crecer su prestigio si sus pacientes son sanados por la medicina criolla, ya que el diagnóstico correcto finalmente lleva al enfermo al tratamiento adecuado. Sin embargo, son comunes las quejas entre los médicos criollos referentes al mal estado en que llegan los pacientes a la medicatura, prácticamente moribundos, lo cual infunde frustración entre los galenos y cierto desprecio por la medicina tradicional warao”.
A juicio de Marino González, miembro de la Academia Nacional de Medicina de Venezuela y de la Academia Latinoamericana de Ciencia, un factor adicional que complica la situación es la ausencia de información regular y detallada, que dificulta la planificación y evaluación de políticas sanitarias efectivas. Sentencia que “la falta de datos impide una respuesta adecuada a las necesidades de las comunidades indígenas”.
Organizaciones como Médicos sin Fronteras han levantado su voz a favor de la atención inmediata de la situación del pueblo warao, argumentando que “preservar la salud de las comunidades indígenas es crucial, ya que enfrentan enfermedades prevenibles, debido a condiciones de vida precarias y múltiples barreras”.

La dieta de los warao es insuficiente en nutrientes, aunque en algunos casos cuentan con ayuda de oenegés
Zaida Araujo, Aimé Tillet y Jacobus de Waard coinciden en que las principales enfermedades que diezman a la población warao no sólo son prevenibles, sino remediables. “Muchas muertes se podrían evitar si recibieran cuidados médicos básicos, pero ocurren como consecuencia de las desigualdades socioeconómicas, la discriminación racial y las barreras geográficas y culturales que excluyen a los Warao del sistema de salud”, aseguran.
Concluyen en su estudio que el sistema sanitario de Delta Amacuro “no está en capacidad de dar respuestas adecuadas a los problemas de salud de los warao” y que “la red de establecimientos existente es insuficiente para la atención de la gran cantidad de comunidades que se encuentran distribuidas en un territorio muy extenso y de difícil acceso, en la intrincada red de islas, caños y ríos que lo conforman”.
Al igual que lo han hecho en sus estudios oenegés como Provea, Médicos sin fronteras y la Red por los DDHH de niños, niñas y adolescentes (Redhnna Venezuela) invocan el artículo 83 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, según el cual “la salud es un derecho social fundamental, obligación del Estado, que lo garantizará como parte del derecho a la vida”.
El equipo de expertos, conformado por médicos y antropólogos, concluye que “el sufrimiento de los Warao ha sido marginado y poco difundido, lo que ha perpetuado su invisibilidad ante las autoridades y la sociedad en general”.
(*) Los nombres reales de las personas fueron modificados para preservar su seguridad.