Un análisis con datos hasta la pandemia señala la existencia de una crisis en la salud mental de los jóvenes, pero falla al analizar los motivos externos que puedan explicarlo
(04-02-2024) Ser joven suele ser un factor positivo al hablar de salud. Pero las cosas cambian radicalmente al poner el foco en la salud mental.
Un nuevo análisis basado en los datos del Estudio de la Carga Global de las Enfermedades o Global Burden of Disease Study (GBD, en sus siglas en inglés) de 2019, revela que los trastornos mentales lastran la vida de la población de cinco a 24 años.
Uno de cada 10 niños y jóvenes de esta edad (o lo que es lo mismo, 293 millones en todo el mundo) convive con al menos un trastorno mental diagnosticable, según un estudio publicado hoy en la revista JAMA Psychiatry.
“La salud mental de los jóvenes de todo el mundo está en crisis”, explica en un editorial asociado a la investigación David C. Saunders, psiquiatra infantil de la Universidad de Columbia, Estados Unidos.
Las cifras que señala el estudio están en consonancia con los datos que se manejaban sobre la prevalencia mundial de los trastornos mentales en jóvenes, que se sitúan en el 13,4 % en niños y adolescentes hasta los 18 años. Sin embargo, este estudio desagrega por grupos de edad y sexo, mostrando grandes diferencias según la enfermedad. En estos temas, la edad importa.
Así, la ansiedad predomina en el grupo de 5 a 9 años, mientras que los trastornos depresivos son más prevalentes en los grupos de 15 a 19 años y 20 a 24 años. El sexo también es determinante.
Así, los hombres son más propensos a sufrir problemas de alcoholismo o abuso de drogas, mientras que la ansiedad, la depresión o los trastornos de la alimentación tienen mayor prevalencia entre las mujeres. En otras enfermedades donde el condicionante social no es tan claro, como en la esquizofrenia o el trastorno bipolar, apenas hay diferencias.
El GBD es un estudio que evalúa la mortalidad y la discapacidad causadas por las principales enfermedades, lesiones y factores de riesgo. Supone una colaboración de más de 3.600 investigadores de 145 países. Y hace una foto fija y genérica de las enfermedades que afectan al mundo. Este análisis ha hecho zoom en un grupo poblacional concreto, los jóvenes, y en un tipo de enfermedades concretas, las mentales.
Los resultados son alarmantes, pero no sorprendentes. La revista científica PNAS publicó el pasado noviembre un estudio que avisaba de un empeoramiento de la salud mental entre los grupos de población más jóvenes en Australia. Los síntomas depresivos también son más frecuentes entre los adolescentes británicos nacidos en los 2000 que entre los nacidos en la década anterior.
“También concuerda con lo que vemos aquí”, confirma José Luis Ayuso Mateos, catedrático de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid. “La realidad clínica lleva tiempo demostrando que estábamos ante un problema que había que abordar”. Ayuso, que también trabaja en los estudios de campo de la Organización Mundial de la Salud, no ha tenido nada que ver con este análisis. Pero está trabajando en el GBD de 2021 y puede adelantar una cosa: “La pandemia ha tenido un impacto claro. Cuando salga, vamos a ver que hay un incremento considerable entre los depresivos, el trastorno de ansiedad, la cantidad de suicidas y la cantidad de suicidio consumado. La dimensión del problema va a parecer más marcada”.
Al hablar de salud mental es normal situar un punto de inflexión en la pandemia, con millones de personas encerradas en sus casas, con difícil acceso al médico y mucho tiempo para pensar. Pero lo cierto, muestran los análisis, es que el cambio ya se estaba fraguando antes. “La salud mental de los jóvenes está empeorando”, señala Saunders en su editorial. “Pero hay aspectos importantes que este ensayo no puede responder y uno de ellos es por qué”. No obstante, el psiquiatra especula con los posibles causantes, “factores estresantes como las redes sociales y el cambio climático (la ecoansiedad) pueden estar impactando las tasas de depresión”, apunta.
Otro de los lugares comunes al hablar de la salud mental de los jóvenes, es poner el foco en la fragilidad de la llamada, despectivamente, generación de cristal. Una vez más, los datos, matizan esta idea. “Uno podría especular que los aumentos observados en los últimos años son un error de percepción: que una mayor conciencia y menor estigma que podría haber llevado a más diagnósticos”, reconoce Saunders. Pero acto seguido destaca el aumento en los intentos de suicidio entre los jóvenes como contraargumento. ”Esto sugiere que el aumento de diagnósticos de enfermedades mentales en la juventud no es un fenómeno artificial”, concluye.
Tampoco es nuevo. Desde los primeros resultados del GBD, en la década de 1990, se ha acumulado evidencia de que los trastornos mentales empiezan a manifestarse en la adolescencia, alcanzando un pico alrededor de los 14 años. Este período, que abarca desde la infancia hasta el inicio de la adultez temprana, “es crucial debido a los intensos cambios en el desarrollo que ocurren”, señala el estudio, “como la maduración cerebral, el ingreso a la escuela, la pubertad y la transición al trabajo”. Quizá por eso, el estudio considera que sería recomendable aumentar el término a estudiar como adolescente hasta los 24 años, cuando se completa realmente la transición a la vida adulta.
“No es un dato nuevo, de hecho, es una observación histórica en la epidemiología”, confirma Ayuso. “Las cohortes más jóvenes tienen más morbididad de enfermedades mentales que las cohortes de personas nacidas antes. Ya se vio, por ejemplo, que las personas que habían nacido después de la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos tenían más prevalencia de depresión que aquellas personas que habían nacido antes de la Segunda Guerra Mundial”. Desde entonces, distintos estudios epidemiológicos han venido a confirmar esta idea. Como el presente.
El estudio no solo deja certezas. También reconoce la necesidad de investigaciones adicionales para comprender mejor las causas subyacentes de la crisis actual y la identificación de poblaciones más vulnerables. Se destaca que factores como la exposición a redes sociales, la realidad virtual y la inteligencia artificial también deben ser considerados en futuras investigaciones. Y se avisa de las posibles secuelas de un factor que este análisis aún no ha podido analizar: la pandemia.