(22-12-2023) El chavismo, tal y como ocurre con muchos otros modelos políticos autoritarios, sienta sus bases en la idealización de la lucha entre el “bien” y el “mal”, donde abunda el heroísmo de una determinada figura de liderazgo, quien lleva sobre sus hombros la responsabilidad de vencer al enemigo.
Chávez, el epicentro del chavismo, no solo era una figura carismática de liderazgo, sino también un pseudo-héroe, cuyo enemigo cambió de rostro según la coyuntura sociopolítica del momento.
A veces era el “imperio norteamericano”, otras veces era Álvaro Uribe, expresidente de Colombia y, en algunas oportunidades, era el mismo pueblo venezolano, cuando éste decidía oponerse a sus intereses político-partidistas.
Sería irresponsable afirmar que la historia de héroes y villanos en Venezuela nació con Chávez. Lo cierto es que la historia del territorio venezolano ha estado cargada con elementos característicos de la lucha entre el bien y el mal desde antes de la creación de la República.
Castilla, la colonizadora de Hispanoamérica, fue indiscutiblemente el hegemón más poderoso del tablero mundial durante la totalidad del siglo XVI y buena parte del siglo XVII. El Nuevo Mundo le dio a la corona prestigio, poder, dinero y estatus.
Para entonces, el resto de Estados importantes vieron el éxito castellano como un enemigo a eliminar, lo que pronto ocurriría tras el estallido de la Guerra de los Treinta Años.
De la guerra surgiría el Tratado de Westfalia, donde se habla por primera vez de lo que hoy conocemos como Estados-nación. Francia, indiscutible ganadora de la guerra, pronto quitaría a España de la cima del poder, cambiando la perspectiva entre el héroe y el villano ante los ojos del mundo.
Esa dinámica de poder sería la herencia que dejó España en sus colonias, entre ellas, de manera particular, Venezuela.
El caso venezolano debe ser estudiado con lupa, puesto que su dinámica de héroes y villanos tuvo mayor peso que en otras regiones del continente, debido a su (ex)condición de Capitanía General.
La influencia militarista de la joven República hizo del ideal de lucha, guerra, victoria y heroísmo un estandarte sobre el cual se debía constituir la nación.
Simón Bolívar, Manuel Piar, Antonio José de Sucre, Santiago Mariño y otros personajes, sin duda, son ejemplos perfectos del “héroe” al que el venezolano se ha criado admirando.
Personas valientes, empoderadas, capaces y dispuestas a darlo todo para vencer al enemigo de turno, en nombre de la victoria definitiva del bien sobre el mal. Hugo Chávez entendió la importancia de ese elemento a la perfección.
Buena parte del discurso político que llevó a Chávez a convertirse en el más importante líder venezolano del siglo XXI giró en torno a vender la idea de que él, siendo cercano al pueblo y sus carencias, era el héroe dispuesto a luchar contra el villano. El villano, como arriba fue comentado, cambió de rostro repetidas veces.
Hubo temporadas donde la Junta Directiva de PDVSA fue la villana. Hubo capítulos donde Juan Manuel Santos se alió con otros villanos extranjeros para intentar vencer al héroe. Incluso, episodios donde personas cercanas al chavismo se convirtieron en villanos, inmediatamente después de manifestar descontento con alguna decisión del Ejecutivo.
Chávez, en vísperas de su inminente muerte, tomó la decisión de dejar a un sucesor que asumiera sus competencias en la lucha contra el mal. El nuevo héroe escogido fue Nicolás Maduro, excanciller de la República.
Para los venezolanos, Maduro fue un héroe mucho menos interesante, menos carismático y menos auténtico que su antecesor.
El discurso político impulsado para hacer al nuevo personaje más cercano al pueblo fue el de convencer al electorado de que, metafóricamente, Chávez, “el gigante” fue hijo del más grande héroe venezolano de la historia: Bolívar y que, en esta época, Maduro era nada más y nada menos que el hijo de Chávez.
El villano, por supuesto, cambió de rostro en diversas oportunidades. La tragedia explotó cuando el villano se multiplicó y su rostro se pintó de escasez, corrupción, anarquía, violencia, represión y migración forzada.
La idealización del héroe en Maduro difícilmente podía calar en el contexto de Emergencia Humanitaria Compleja en el que se sumió Venezuela. ¿Cómo podía el pueblo venezolano considerar su “héroe” a alguien que ha sido vencido por cuanto villano ha aparecido?
Entre malabares, malas decisiones, violaciones a los derechos humanos, destrucción del aparato productivo nacional y de la institucionalidad democrática, el triste intento de héroe que es Nicolás Maduro quedó muy por debajo de las expectativas de los venezolanos.
La serie “Súper Bigote” no es más que un intento, de pésima calidad y muy mal gusto, de recuperar la admiración por el pseudo-héroe de Venezuela, un hombre que, hoy por hoy, en lugar de héroe, es el peor de los villanos que ha conocido la historia de la República.