Tras casi cuatro meses detenido en el Cecot y un regreso marcado por la incertidumbre, el estilista tachirense Andry Hernández intenta rehacer su vida aferrado a lo que siempre lo inspiró: sus sueños y su profesión. Hoy lucha por dejar atrás el encierro y recuperar su nombre
Fuente original: El Diario. – Casi un mes después de regresar a Venezuela, la mente de Andry Hernández Romero aún trata de olvidarse de los pasillos fríos del pabellón 8 del Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) y de los días interminables de su detención. Desde entonces, intenta recomponer los pedazos de su vida y se aferra con fuerza a lo que siempre lo ha movido: sus sueños. Por eso, entre papeles y lápices, comenzó a trazar nuevos diseños. Entre ellos, el boceto de un traje que espera lucir en enero de 2026, cuando las calles de su natal Capacho Nuevo, en el estado Táchira, se inunden de música y alegría para celebrar el Día de los Reyes Magos.
Andry, de 31 años de edad y estilista de profesión, es uno de los 252 venezolanos que pasaron casi cuatro meses tras las rejas del Cecot, en El Salvador tras ser señalados como miembros de la banda criminal Tren de Aragua, sin que se les permitiera pasar por el debido proceso para demostrar su culpabilidad o inocencia. El 19 de julio de 2025, los 252 hombres fueron liberados y trasladados a Venezuela, como parte de un canje humanitario entre los gobiernos de Donald Trump y Nicolás Maduro.
Ya de regreso en su natal Capacho Nuevo, mientras aún intenta reconstruir una rutina tras su liberación, Andry se conectó a una videollamada con El Diario durante una tarde del mes de agosto. A su lado estaba Reina Cárdenas, amiga cercana y voz incansable en la defensa de su caso. Entre pausas, miradas cómplices y recuerdos todavía frescos, hablaron de su salida del Cecot y de esa libertad que, aunque anhelada, llegó cargada con la necesidad de hacer justicia.

“Estoy bien. Más tranquilo y sereno de todo lo que sucedió”, es lo primero que dice Andry sobre su actualidad. Continúa comentando que, pese a su injusta detención, la ayuda profesional y también la de sus familiares y amigos ha sido determinante para hacer su vida más llevadera desde su regreso.
“Me mantienen ocupado. Esta mujer (Reina) y mi mamá no me dejan en paz (se ríe). Ahorita me está escribiendo mi mamá que qué quiero comer, se preocupan mucho por mi bienestar y eso hace que no piense tanto en lo que pasó. Hace que mi estabilidad esté mucho más tranquila”, dice.
“Me fui con una maleta llena de sueños”
Andry Hernández aún recuerda los motivos que lo llevaron a emigrar a Estados Unidos en mayo de 2024. Su intención era dar el siguiente paso como estilista y diseñador, quería crecer profesionalmente y ser dueño de su propio salón de belleza.
Atraído por aquel sueño emprendió el viaje por tierra, atravesando la peligrosa ruta migratoria que incluye la selva del Darién —entre Colombia y Panamá— y varios países de Centroamérica, hasta llegar a México, donde solicitó cita a través de la extinta aplicación CBP One, que era usada para facilitar las solicitudes de asilo de los migrantes en la frontera con Estados Unidos.
El 29 de agosto, día establecido para presentar su solicitud, sus planes se derrumbaron. Los tatuajes de coronas que llevaba —un homenaje a las festividades de los Reyes Magos en Capacho Nuevo— bastaron para que las autoridades lo acusaran de pertenecer al Tren de Aragua. Fue detenido y trasladado al centro de detención de migrantes de Otay Mesa, en San Diego (Estados Unidos).

“Yo me fui con una maleta llena de sueños y llegué con una con puras pesadillas”, sentencia Andry, aún movido por la experiencia que le tocó vivir.
Durante casi seis meses permaneció en aquel centro de detención, aguardando avances en su caso. Ni las pruebas que presentó ni la labor de su equipo de abogados fueron suficientes. El 15 de marzo, sin previo aviso, fue trasladado a El Salvador. Al abordar el avión, él —como el resto de sus compatriotas— creyó que su destino final sería Venezuela.
Los días en el Cecot
Andry recuerda que al aterrizar en El Salvador pensaron que se trataba de una escala, que luego continuaría hacia Venezuela. No les dieron más información, hasta que los oficiales salvadoreños comenzaron a subir al avión para bajarlos, los esposaron de manos y pies. Lo que vino a continuación ha sido replicado por medios de comunicación y usuarios de redes sociales. Se trató de un gran despliegue militar para recibir y posteriormente trasladar hasta el Cecot a más de 200 venezolanos.
“Nosotros no veíamos nada desde el avión. Todo el despliegue de afuera. Bajamos un poquito la ventana y nos dimos cuenta que había guardias y tanquetas. Fue horrible”, recuerda.
A todos los raparon, les retiraron la ropa y les entregaron un uniforme blanco. En medio de ese proceso, Andry fue de los que alzó la voz para gritar su inocencia. “No soy pandillero. Soy gay. Soy barbero”, repetía, mientras los guardias lo golpeaban.

Entre la incredulidad y la falta de respuestas sobre las causas de su detención, Andry recuerda que no hubo otra opción que adaptarse a la vida dentro del Cecot. Los 252 venezolanos fueron recluidos en el pabellón 8, distribuidos en distintas celdas y rotados con frecuencia. “En la última celda en la que estuve éramos 19. Nos cambiaban con regularidad. No estábamos apretados, solo al momento de hacer ejercicios”, relata.
Asegura que durante su estadía jamás vio la luz directa del sol, apenas el reflejo que entraba desde su celda. La comida era siempre la misma: tortilla con arroz y frijoles, sin rastro de proteínas.
Por casi cuatro meses se aferraron a una Biblia, a sus oraciones y a rutinas de ejercicios que servían para aliviar el peso del encierro. Sin embargo, había días en los que el ánimo se desplomaba. “Cuando me pasaba, prefería aislarme y no hablar con nadie”, recuerda.
En entrevistas previas tras su regreso a Venezuela, Andry Hernández denunció haber sido víctima de torturas y violaciones de derechos humanos, incluyendo abuso sexual. Actualmente evita dar detalles de estos hechos por recomendación de sus abogados, quienes buscan reunir pruebas para presentar una denuncia formal. “Hubo mucho maltrato, demasiado. Todos los días, día y noche”, afirma.
Su testimonio coincide con el de otros venezolanos que pasaron por el Cecot. En declaraciones anteriores para El Diario, Frizgeralth Cornejo y Carlos Uzcátegui también denunciaron abusos. “Yo dormía al lado de la celda de aislamiento. Escuchaba, día tras día, cómo golpeaban a mis compañeros. Eso me dejó un trauma: oír los gritos y vivir en carne propia esas palizas y maltratos”, relató Carlos.
Ante estas denuncias, la organización humanitaria Cristosal, que ha seguido de cerca el caso de los venezolanos en El Salvador, exigió que se rindan cuentas por los atropellos. “Todos los gobiernos involucrados deben responder por las detenciones arbitrarias, las desapariciones forzadas y las deportaciones ilegales. La justicia debería regirse por un Estado de derecho, y no por conveniencias políticas”, advirtió en un comunicado.
Su regreso a la vida
Luego de casi cuatro meses tras las rejas y sin contacto con sus familiares, la madrugada del 19 de julio la espera llegó a su fin. Los 252 venezolanos fueron trasladados desde el Cecot hacia un destino que, en ese momento, desconocían. No fue sino hasta horas de la tarde, ya a bordo de un autobús, que Andry supo con certeza que regresarían a Venezuela.
“Estábamos en una base militar. Entró un señor moreno, acuerpado, nos miró y dijo: ‘Buenos días, chamos’. Ahí supimos que íbamos para Venezuela. Nos volvió el alma al cuerpo. Luego vimos los aviones de Conviasa y Avior y lo confirmamos”, recuerda.
Cuando sobrevolaron territorio venezolano, la emoción fue incontenible. Andry supo entonces que la pesadilla había terminado. El regreso fue transmitido por la televisión nacional y, a través de las pantallas, las familias comenzaron a reconocer a sus seres queridos. Ese fin de semana, permanecieron en un hotel en La Guaira, donde recibieron atención médica, renovaron sus cédulas y se revisaron sus antecedentes penales.

Según el ministro de Interior, Justicia y Paz, Diosdado Cabello, solo 20 de los 252 retornados eran requeridos por la justicia venezolana por delitos graves. Previamente, investigaciones periodísticas habían revelado que cerca del 75 % no tenía antecedentes ni en Venezuela ni en otros países.
La mañana del 23 de julio, Andry llegó finalmente a Capacho Nuevo en una unidad de la Guardia Nacional Bolivariana. Afuera de su casa lo esperaban familiares, amigos y vecinos. Entre esa multitud se fundió en un abrazo con su madre, Dolores Alexis Romero, quien semanas antes había relatado a El Diario el infierno que vivió con la detención de su hijo.
“El reencuentro con mi familia fue muy rico. Volver a ver a mi papá, a mi mamá, a mi hermano, a la gorda (como llama a Reina), a todos los vecinos… Luego ir a misa y ver la iglesia llena por mí, es algo que nunca imaginé”, confiesa, aún conmovido.
Pronto se dio cuenta de que su caso había sido seguido por mucha gente. “En mi casa había más reporteros que familia. Me soltaba uno y me agarraba otro. Después nos fuimos a casa de la gorda, que me tenía una sorpresa: una torta de cumpleaños, regalos de parte de reporteros y, de nuevo, la ola de entrevistas”.
El caso de Andry fue uno de los más visibles entre los 252 venezolanos liberados. En su cuenta de Instagram, cientos de mensajes, incluso desde Estados Unidos, celebraban su libertad. Él no lo sabía, pues aún no ha recuperado el acceso a sus redes sociales. Entre tantos gestos, agradece de forma especial a Reina Cárdenas, quien durante cuatro meses asumió su caso como propio y se convirtió en la vocera de la familia Hernández Romero.
Reina, sentada junto a Andry durante la entrevista, admite el alivio que sintió el día de su liberación. “Durante meses mi vida giró en torno a su caso. Trabajaba y, por las noches, hasta la 1:00 am, me dedicaba a coordinar entrevistas, llenar planillas, contactar influencers y periodistas para difundir su situación y lograr que más medios se interesaran”, relata.
Andry reconoce esa dedicación y no deja de agradecerle. “Todo lo que hizo por mí y mi familia no tiene precio”, asegura.
Retomando sus sueños
Ahora que su vida empieza a retomar un cauce, Andry asegura que tiene la energía suficiente para reconstruir sus sueños. Quiere que lo reconozcan por su oficio y no por los señalamientos que lo hicieron viral en redes sociales. En Capacho Nuevo, su pueblo natal, ha vuelto a trabajar en bocetos y diseños, entre ellos el traje que lucirá en la celebración de los Reyes Magos, en enero de 2026. También ha comenzado a agendar citas de maquillaje, su otra gran pasión. Su meta es retomar su carrera y, más adelante, impartir cursos para formar a jóvenes talentos.

“Estoy enfocado en volver al maquillaje y en mis diseños. Quiero que el mundo sepa que Andry Hernández no es un pandillero: es una persona llena de colores”, afirma.
Aunque su mirada está puesta en el futuro, las heridas del pasado reciente lo llevaron a tomar una decisión firme: demandar al gobierno de Estados Unidos por su deportación a El Salvador. Su equipo de abogados trabaja en el caso. “No me voy a quedar con los brazos cruzados. Tienen que asumir las consecuencias de todo lo que nos hicieron”, advierte.

En este proceso ha recibido el respaldo de organizaciones y personalidades estadounidenses que han mostrado solidaridad con su causa. Sin embargo, lamenta que en Venezuela el panorama sea distinto. Asegura que aún muchos compatriotas lo etiquetan como delincuente, a pesar de la ausencia de pruebas.
Para acallar críticas, Andry ha trazado una estrategia sencilla: seguir trabajando para demostrar con hechos que no tiene vínculos con pandillas ni con el Tren de Aragua. “Yo ni siquiera conozco Aragua”, ironiza.
Con el anhelo de cumplir sus metas, reconoce que su paso por el Cecot lo transformó. Dice que ahora es más maduro y que valora como nunca la libertad. Siente que está listo para “comerse el mundo” y reinventarse. “Yo no soy, ni seré, nada de lo que me acusaron. Mi única arma es un brillo labial y una brocha”, sentencia, como quien ha decidido cerrar un capítulo para empezar a escribir otro.