En el corazón de Siloé, una de las comunas más resilientes de Cali, Colombia, la primera sala de parto con enfoque multicultural reúne medicina moderna y saberes ancestrales para atender con dignidad y respeto a mujeres afrodescendientes e indígenas. Del otro lado de la ciudad, un Hospital Padrino logró lo que parecía imposible: salvar vidas sin romper con la espiritualidad de los pueblos originarios
Emmanuel Rivas/Periodista, parte del #ReportingTrip organizado por la Johns Hopkins Bloomberg School of Public Health y Family Planning News Network (FPNN).
(03-09-2025) En Cali, Colombia, se respira la salsa y los ritmos latinos en cada esquina. El sabor del valluno también se refleja en una gastronomía exquisita que mezcla el dulzor del chontaduro, la suavidad del pandebono y la frescura del cholao.
En la ciudad de los siete ríos, la gente habla fuerte, ríe con el cuerpo entero y transforma el dolor en fiesta. La vida se celebra con desparpajo, dignidad y memoria.
Aquí, donde los sabores callejeros se mezclan con la dinámica citadina y el “mirá, ve” resuena como saludo y afirmación, también se gestan procesos de inclusión que transforman la atención en salud en un acto de justicia cultural.

En el corazón de Siloé, una de las comunas más resilientes de la ciudad, se erige la primera sala de parto con enfoque multicultural de Cali —y posiblemente del país—. Ubicada en el Hospital Carlos Holmes Trujillo, perteneciente a la IPS Siloé, tiene la capacidad de atender más de 100 partos al mes.
No solo se trata de una infraestructura médica: es un santuario donde la medicina moderna se encuentra y converge con los saberes ancestrales de parteras afrodescendientes e indígenas. En este lugar, las mujeres pueden parir acompañadas por cantos, infusiones, aceites y manos que entienden el cuerpo como un territorio sagrado.
Un espacio en que las mujeres indígenas y afrodescendientes se sienten seguras y respetadas. En el que sus costumbres permanecen intactas para honrar la memoria de los pueblos ancestrales.
En esta sala, además de los equipos propios de los hospitales, se integran elementos ancestrales como los chumbes, usados para envolver el vientre de la mujer embarazada, brindando soporte físico y energético durante el trabajo de parto. Su presencia en la sala, valida los saberes ancestrales de las comunidades indígenas y afrodescendientes que habitan en la costa pacífica colombiana.
Rosmilda, la partera que contagió al mundo desde Siloé
En Cali, donde el sol se cuela entre los techos de zinc y las palmas se mecen al ritmo de la salsa, hay mujeres que no solo dan vida: la preservan.

Rosmilda Quiñones Fajardo es una de ellas. Partera tradicional, hija del Pacífico, madre de saberes, y ahora —con orgullo y sin titubeos— patrimonio vivo de Colombia y de la humanidad desde diciembre de 2023.
“Los centros de salud no creían en las parteras”, recuerda con su voz firme. “Eso me indignó. Pero nos organizamos, y hoy somos patrimonio de Colombia y del mundo reconocidas por la UNESCO”.
Su historia no empieza en un hospital, sino en los patios de tierra, en las cocinas donde se preparan infusiones con plantas medicinales, en los cantos que le acompañan.
Mamá Milda, como le dicen de forma cariñosa, no se dejó vencer por el escepticismo. “Al principio me decían que estaba loca por querer organizar parteras. Hoy digo que he contagiado al mundo”.
Y no exagera. Ha participado en encuentros municipales, departamentales, nacionales e internacionales. En julio, formó parte de la primera Cumbre Mundial de Parteras Tradicionales, donde mujeres de Estados Unidos, Argentina, Chile, Perú, Ecuador, República Dominicana, Haití y El Congo compartieron saberes, cantos, plantas y memorias.
“Se creía que la partería era solo del Pacífico colombiano, porque éramos negras, pobres y viejas —dice con una sonrisa que mezcla ironía y ternura— pero descubrimos que en muchos otros países también había parteras. Eso nos fortaleció”.
Hoy, su hija continúa el legado como directora de la Federación Nacional de Parteras y miembro activo de la red internacional. “Ya le entregué el legado. Ella lo lleva con amor, respeto y compromiso”.

En el Hospital Carlos Holmes Trujillo, en Siloé, Rosmilda ha encontrado un espacio donde sus saberes no solo son respetados, sino integrados. “El trabajo no ha sido sencillo, pero tampoco imposible”, dice. “Es reconocer qué haces tú y qué hago yo, para unir ese conocimiento y ofrecer un solo paquete de servicios a la comunidad”.
La sala de parto multicultural no busca reemplazar la medicina occidental, sino complementarla. “Yo la respeto y la valoro”, afirma. “Pero la medicina tradicional es de toda la vida, desde la creación. Es poner en una bandeja esos dos saberes: cómo lo sabes, cómo lo haces, cómo lo hacemos”.
Lo más importante, insiste, es que las mujeres salgan del hospital diciendo: “Aquí me atendieron bien. Sin violencia obstétrica. Con dignidad”.
Un hospital padrino con enfoque cultural
Del otro lado de la ciudad, al suroriente de Cali, se encuentra el Hospital Universitario Fundación Valle del Lili. Un centro de asistencia reconocido por su atención de alta complejidad y por ser un centro médico de referencia en medicina especializada en Colombia y América Latina.
Aquí nació el programa Hospital Padrino, una estrategia de innovación social en salud que ha transformado la atención médica en regiones vulnerables de Colombia, especialmente en el Pacífico colombiano y en zonas rurales del país.

Una de las comunidades beneficiadas por esta iniciativa, es el pueblo indígena Awá, ubicado entre los departamentos de Nariño y el Cauca.
En los territorios habitados por la comunidad Awá, el Hospital Universitario Fundación Valle del Lili ha desplegado una estrategia de atención que articula tecnología médica con respeto por los saberes ancestrales.
A través del programa Hospital Padrino, médicos rurales acceden a telemedicina en tiempo real, lo que permite consultar especialistas para casos críticos en salud materna, neonatal y enfermedades crónicas.
Esta conexión ha sido vital en zonas donde el sistema de salud convencional no logra cobertura efectiva, y ha contribuido a salvar vidas sin necesidad de traslados urgentes.
Además del soporte clínico, el hospital ha promovido jornadas de capacitación intercultural que reconocen la medicina tradicional como parte integral del cuidado.
Protocolos de atención sin discriminación han sido implementados para garantizar que la identidad étnica, lingüística y espiritual de los pacientes Awá sea respetada en cada consulta.

La doctora María Fernanda Escobar, ginecóloga obstetra y líder del programa Hospital Padrino de la Fundación Valle del Lili, ha sido testigo de cómo la medicina puede transformarse cuando se despoja de sus muros y se viste con respeto.
“A la comunidad Awá no les gustaba ir al médico, como a muchos de nosotros, pero a ellas en especial no les gustaba, porque no tenían confianza en la medicina occidental”, relata. La desconfianza no era un capricho, sino una herida histórica. Para sanar, había que caminar distinto.
Se formaron 19 promotores comunitarios que se adentran en la selva, casa por casa, acompañando a las mujeres en sus propios términos. “Ellos nos dijeron: Mire, si ella tiene esta faldita, con la faldita a ella no le va a dar pena poder ir al grupo médico. Fernando —un joven médico occidental y ancestral de la comunidad Awá— las convence de ir, las enseña, las acompaña y va a donde ellas viven”.
El gesto, aparentemente simple, se convirtió en símbolo de dignidad y confianza. El resultado: de registrar entre seis y diez muertes al año, hoy la comunidad reporta cero.
Este enfoque, que articula saberes ancestrales con atención especializada, es el corazón del programa Hospital Padrino, una estrategia que conecta hospitales de alta complejidad con centros rurales y étnicos en todo el país.
Para Escobar, el impacto va más allá de las cifras: “Un país no se salva cuando solo unos niños tienen el privilegio de tener a la mamá. Un país se salva cuando todos los niños tienen el derecho de tener quien los acompañe, quien los críe y, en términos de planificación, quien les ayude a decidir qué hacer con su cuerpo”.
Saberes que se abrazan para salvar vidas
En lo profundo del Pacífico colombiano, donde la selva se mezcla con los saberes ancestrales, las mujeres del pueblo Awá —conocidas como asampa— sostienen la vida en silencio.
En comunidades donde el acceso a servicios básicos implica caminatas de hasta 24 horas por trochas sinuosas, ellas siguen avanzando, guiadas por la confianza en una medicina que respeta su cosmovisión.
Fernando Martínez, un médico formado tanto en la tradición occidental como en la medicina ancestral Awá, ha sido uno de los impulsores de una iniciativa que busca articular ambos saberes.

Se trata de la creación de la Unidad Básica de Ginecología del Pueblo Awá, un espacio que integra el cuidado del embarazo y el parto desde una perspectiva intercultural. Esta propuesta se enmarca en la construcción del Centro de Armonía para la Mujer Gestante y la Familia Awá, donde se establece un reglamento ancestral que guía la atención médica en el territorio.
La estrategia no solo responde a necesidades urgentes de salud, sino que también reivindica el derecho de las comunidades a recibir atención sin renunciar a sus creencias.
“Las mujeres caminan largas distancias porque saben que serán escuchadas, que su espiritualidad y sus prácticas tradicionales serán respetadas”, explica Martínez.
En el pueblo Awá, conformado por aproximadamente 6249 familias distribuidas en 160 comunidades y con una población cercana a las 26 mil personas, cada uno de sus integrantes cumple un rol esencial en el equilibrio propio de su territorio.
La propuesta de salud intercultural no busca reemplazar los saberes ancestrales, sino complementarlos; así lo ve Fernando y así se lo transmite a su pueblo, los Awá, “la gente de la montaña”.
El pacífico colombiano, cuna de saberes ancestrales
Rosmilda, Fernando y el pueblo Awá representan una forma de resistencia que da vida. Su trabajo no solo salva cuerpos: preserva culturas, lenguas, cantos y formas de nacer que desafían el olvido.
Cada parto atendido con dignidad es también un acto de resistencia cultural.
Mientras haya gente como ellos —parteras que cantan al ritmo del río, médicos que se adentran en la selva, comunidades que tejen chumbes para envolver la vida—, la memoria de los pueblos ancestrales seguirá latiendo tan fuerte como la marimba, los tambores o el trombón.