Francisco González/Internacionalista/Líder emergente de MonitorDescaVe e Investigador de Caleidoscopio Humano
(21-03-2024) El racismo en la América Latina es un problema heredado. El choque cultural entre el Nuevo y el Viejo mundo durante la colonización y la superioridad armamentística y económica de los colonizadores les permitió ejercer, desde las diferencias étnicas y raciales con los indígenas americanos, su poderío y supremacía.
Historiadores cuentan que los indígenas americanos, en especial los de la costa Caribe, eran vistos como seres incivilizados y poco aptos para el trabajo pesado. Sin embargo, se les reconocía como humanos.
La situación para los negros era distinta, pues estos, al ser raptados del África y vendidos en condición de esclavos, eran vistos como animales muy bien desarrollados, capaces de soportar largas jornadas de trabajo bajo condiciones extremas.
Las relaciones entre blancos, negros e indígenas, aunque mal vistas, fueron permitidas por la corona, en un intento “disimulado” de blanqueo poblacional. De dicho proceso de mestizaje, surgen los pardos, mulatos, zambos y criollos.
Mientras más se acercara la persona a la “blancura”, mejor era visto socialmente.
Aunque han pasado cuatrocientos años, el racismo en Venezuela persiste, pero de una manera más sutil y menos visible. No se trata de una discriminación abierta y violenta, sino de un racismo estructural que se manifiesta en las dinámicas sociales, económicas y culturales del país.
Un censo de autorreconocimiento étnico-racial hecho por el Estado venezolano en 2016 arrojó como resultado que solo el 8 % de la población venezolana se considera “negra”. El 4 % se identifica como indígena, 21 % como mulata, 33 % como mestiza y 32 % como blanca.
Al contrastar estos resultados con estudios antropológicos de la sociedad venezolana, es evidente que el estereotipo social que insiste en relacionar la negritud con la pobreza o el analfabetismo permea en la autopercepción de millones de personas que, siendo negras, no se identifican como tal por vergüenza, miedo o desprecio hacia sí mismos.
Desde el gobierno actual no se ha hecho suficiente por superar estas adversidades debido a que, aunque se trata de un gobierno de izquierda, es una izquierda profundamente conservadora y eurocéntrica. Este problema se ve empeorado por la negativa de un buen porcentaje de la sociedad acerca del reconocimiento de la existencia del racismo.
En definitiva, el Estado debe promover programas de integración y formación intercultural, que deconstruyan los paradigmas establecidos sobre las personas negras y promuevan una sociedad más justa y equitativa. Aunque no hay soluciones mágicas, la estrategia para luchar contra el racismo debe deslindarse de la apropiación de luchas raciales en otros contextos, como el americano con el #BlackLivesMatter o el movimiento antirracista francés, pues el racismo venezolano tiene sus propias bases, su propia dinámica, y debe ser atendido bajo medidas diseñadas usando como marco de referencia a la sociedad venezolana.