Francisco González/Internacionalista/Líder emergente de MonitorDescaVe e Investigador de Caleidoscopio Humano
(10-04-2024) La política es, en líneas generales, el ejercicio del poder. El poder, por su parte, se define como la capacidad de influenciar voluntades.
Para entender por qué la política es frecuentemente ejercida por hombres y no por mujeres, es necesario analizar los roles que históricamente se la han atribuido a los hombres y a las mujeres.
Desde los primeros seres humanos, se sabe que el hombre era el encargado de brindar protección, cazar los alimentos y tomar decisiones cruciales sobre la supervivencia de quienes estaban a su cargo. En ese contexto, las mujeres se encargaban de la cosecha de los alimentos, la crianza de los hijos y el cuidado de los miembros de la comunidad.
Ello condujo a la humanidad a caracterizar al hombre como fuerte y capaz, y a la mujer como delicada y frágil.
Esta distribución de funciones ha sido perpetuada por –casi– todas las sociedades durante la evolución de la especie humana, incluidas las sociedades modernas.
Los avances sociológicos y antropológicos han permitido trascender esta visión primitiva de los roles de género, llegando a entender que hombres y mujeres pueden, por igual, ser proveedores, cuidar la casa o atender a los hijos.
La política, sin embargo, es una ciencia que sin duda ha quedado atrás en estos conceptos. Aún se refuerzan en ella principios del “macho”, y cómo es este quien debe “llevar las riendas” del poder. A la mujer, en cambio, se le asignan otras funciones, menos cruciales y más logísticas.
Países como Finlandia y Nueva Zelanda han dado pasos agigantados en la lucha contra el machismo en la política. De hecho, ambas naciones han tenido como máxima autoridad política (Prime Minister) a mujeres.
Latinoamérica, aunque presenta alarmantes índices de desigualdad de género, ha mostrado importantes avances en la materia. Chile, Brasil, Argentina y Honduras han tenido en lo que va de siglo como cabeza de gobierno a mujeres.
Venezuela es una excepción a dicho avance.
La política venezolana, manchada del machismo tradicional del siglo XX, ha hecho cuesta arriba para las mujeres ejercer cargos públicos importantes. De hecho, ninguna mujer ha sido nunca presidenta de la República y, peor aún, en medio del proceso electoral del próximo 28 de julio, no hay ninguna mujer inscrita como candidata presidencial.
Estos escenarios de discriminación no solo afectan a las mujeres, sino a todo que se aleje de la figura del “macho”.
Son muy pocos los ejemplos a citar de personas LGBTQI+ en cargos públicos en Venezuela, en donde no hay aún legislación sobre matrimonio igualitario, adopción homoparental ni cambio de nombre para las personas trans.
Los pocos avances logrados en derechos civiles y políticos para mujeres y población LGBTQI+ han experimentado un estancamiento ante el acercamiento del gobierno actual con sectores religiosos extremistas que, además, presentan abiertamente discursos anti-derechos.
En medio del difícil panorama político del país, las mujeres y las personas LGBTQI+ no solo deben enfrentarse a los latigazos de la Emergencia Humanitaria Compleja, sino a los “machos” que, desde su privilegio, gobiernan la nación.