Fuente original: El Mundo.es. – Nellie Bly fue una pionera del periodismo infiltrado y contó para escándalo de la ciudad de Nueva York cómo se abusaba física y verbalmente de unas internas mal alimentadas y obligadas a bañarse en agua helada y sucia
La novela de un anodino director conservador de la prensa española se alzó como uno de los títulos más vendidos de la Transición y su efecto hipnótico no ha dejado de cautivar a las sucesivas generaciones de lectores que han quedado atrapados en su telaraña. En Los renglones torcidos de Dios (1979), de Torcuato Luca de Tena, por entonces al mando de Abc, la brillante Alice Gould (o Alicia de Almenara) ingresa en un ominoso psiquiátrico bajo el delirio de que lo hace por propia voluntad para resolver un asesinato en su condición de detective privada. Pero, ¿de verdad es un delirio? Para documentar el libro, su autor había impostado una pasajera psicosis depresiva para ser ingresado a su vez en un frenopático. El interés de los periodistas por informar acerca de lo que sucede detrás de los muros de un manicomio ya atesoraba entonces una larga tradición. Y una espectacular pionera.
Aquella mañana del 22 de septiembre de 1887, Nellie Bly se miró por última vez en el espejo de su habitación y ensayó la expresión perdida y vaga que tantas veces había practicado en secreto. Tenía ante sí la misión más enajenada de su incipiente carrera periodística: hacerse pasar por una enferma mental para infiltrarse en el temido psiquiátrico femenino de Blackwell’s Island, una institución supuestamente benéfica que, sin embargo, acumulaba rumores escalofriantes sobre malos tratos y abusos que, hasta entonces, nadie había conseguido demostrar.
Nellie, cuyo verdadero nombre era Elizabeth Jane Cochran, ya había logrado cierta fama escribiendo sobre las precarias condiciones laborales de las mujeres en las fábricas de Pittsburgh, pero su editor en el New York World, el mítico Joseph Pulitzer, quería llevar su talento aún más lejos. «¿Podría interiorizar los rasgos de la locura hasta pasar desapercibida ante los médicos?», le preguntaron. «¿Y luego salir indemne para contarlo?» Ella respondió sin dudar: «Sí». Y añadió con una sonrisa desafiante: «No volveré a sonreír hasta conseguirlo».
Su preparación fue meticulosa, cómo lo describe en La vuelta al mundo en 72 días y otros escritos (Capitán Swing, 2018). Adoptó el seudónimo de Nellie Brown, una joven pobre y desorientada, y se instaló en el Hogar Temporal para Mujeres, un lúgubre hospedaje del Lower East Side de Manhattan. Allí se esforzó en exhibir un comportamiento lo suficientemente errático como para preocupar a sus compañeras. El resultado fue inmediato: la matrona, asustada por las extrañas actitudes de Nellie, avisó a la policía. Tras una breve estancia en el tribunal de Essex Market, donde un juez desconcertado creyó que era una chica consentida o drogada, fue trasladada al hospital Bellevue para una evaluación psiquiátrica. Fue declarada rápidamente «loca sin remedio».
Ya encerrada en Blackwell’s Island, Nellie abandonó cualquier simulacro de demencia, actuando con lucidez. Aun así, nadie cuestionó su diagnóstico inicial. Pronto descubrió el terror cotidiano que regía la vida en el manicomio: baños de agua gélida en los que las pacientes eran sumergidas hasta casi ahogarse, enfermeras crueles que abusaban verbal y físicamente de las internas, comida incomible servida en condiciones insalubres, y una falta absoluta de atención médica real.
La propia Bly sufrió en carne propia algunos de estos abusos. En su testimonio posterior describió cómo las pacientes eran obligadas a bañarse en agua sucia y fría, a veces dejándolas en camas con ropa mojada. Las enfermeras, lejos de cuidar, ejercían con frecuencia una autoridad arbitraria y violenta. La ropa escaseaba, los cubiertos eran inexistentes, y la desesperanza se palpaba en cada rincón del establecimiento. Lo peor, anotó Bly, era el desamparo: una vez catalogada como loca, ninguna súplica ni protesta podía cambiar tu destino.
La investigación, inicialmente planeada para una semana, duró 10 días y finalizó cuando Pulitzer reveló su identidad y logró sacarla de aquel infierno
La investigación, inicialmente planeada para una semana, duró diez días y finalizó cuando Pulitzer reveló su identidad y logró sacarla de aquel infierno. El artículo, que fue publicado en dos entregas ilustradas con el título Diez días en un manicomio, causó una gran sensación. Los lectores quedaron conmocionados al descubrir que una mujer sin formación clínica alguna había podido engañar fácilmente a expertos médicos cualificados. Los competidores del New York World, que habían seguido intrigados la historia de la misteriosa joven «cubana» (Bly había hablado algo de español aprendido en México), quedaron atónitos al descubrir la verdad detrás del caso que tanto habían explotado sin saber.
El impacto de la publicación de esta periodista fue tal que el Ayuntamiento de Nueva York destinó rápidamente un millón de dólares adicionales al presupuesto para atención psiquiátrica. Blackwell’s Island, hoy Roosevelt Island, vio mejoradas sus condiciones significativamente gracias al coraje de una sola periodista.
La aventura convirtió a Nellie Bly en una celebridad nacional y una pionera indiscutible del periodismo encubierto. Su carrera siguió marcada por la audacia: viajaría sola alrededor del mundo en menos de 80 días y cubriría las atrocidades de la Primera Guerra Mundial como corresponsal en el frente.
Sin embargo, aquellos 10 días en el manicomio permanecieron grabados en ella como una herida que nunca cerró del todo. Nellie Bly, la joven impostora que desenmascaró la impostura institucional de los frenopáticos, se adelantó a su tiempo para poner en jaque al sistema con su inteligencia y determinación. Pero su triunfo, como ocurre siempre en el periodismo de infiltración, tuvo un precio personal muy alto.