Lydia Cacho

La periodista feminista que enfrentó a las redes de trata y la torturaron

La mexicana Lydia Cacho debió exiliarse en España por el riesgo que corría su vida.

El Tiempo

(06-03-2022) “Era esquizofrénico: lo mismo me hablaban con un tono amable y respetuoso que con insultos y explicaciones de cómo yo era su regalito y nos íbamos a divertir mucho en el viaje”. La periodista Lydia Cacho (México, 1963) contó en Memorias de una infamia (Debate) la brutal experiencia que sufrió cuando fue secuestrada, abusada y torturada en 2005, una pesadilla que comenzó con una odisea de 1.500 km a bordo de una camioneta y continuó con su detención. 

El horror ocurrió tras la publicación de Los demonios del Edén, una investigación donde denunciaba una red internacional de pornografía infantil y de trata. La periodista mexicana es una de las profesionales más premiadas del mundo. Obtuvo en Inglaterra el Thompson Reuters Honorary Journalist Award, el Human Rights Watch y el Premio Mundial de la Libertad de Prensa Unesco, entre más de medio centenar de distinciones.

En 2019 dos sicarios ingresaron en su casa y logró escapar “con lo puesto”. Cacho vive exiliada en España, donde el gobierno de Pedro Sánchez le acaba de otorgar la ciudadanía “por el riesgo evidente para su vida” que implicaría regresar a su país.
En La infamia, obra dirigida por José Martret, el Teatro Español montó una versión teatral de su aberrante experiencia, que asegura es la que padecen muchas otras periodistas en todo el mundo, y destaca la crítica situación que se vive en México. “En estos años he perseguido a los mafiosos, he intentado que los encarcelen, he testificado contra pederastas y tratantes de niños y mujeres”, asegura, infatigable, desde su exilio en Madrid, una experiencia que también ha sido desgarradora.

Han pasado dieciséis años de su secuestro y tortura. ¿Cómo convive con las secuelas de aquel episodio? ¿Qué la ayudó a superar el trauma?

Soy hija de una psicóloga feminista y mi madre desde niña siempre me habló sobre la importancia de la salud mental, del equilibrio interior, de lo que quieres, de lo que necesitas, de aprender a pedir ayuda. Aunque no siempre sé pedir ayuda. Como buena feminista, a veces soy mejor para aleccionar. Toda la vida he ido a terapia. Cuando salí de la cárcel, después de la tortura, mi terapeuta me recomendó una especialista en tortura, un grupo de psicoterapeutas argentinas, chilenas, casi todas latinoamericanas. Fue fundamental para poder procesar el tema de la tortura, no solo psicológicamente, sino también con todo lo que tiene que ver con el cuerpo porque te quedan huellas energéticas y emocionales. De repente me di cuenta de que podía contar la historia sin que me doliera. Me di cuenta de que ya era una sobreviviente. Es muy complicado poder explicar el estrés postraumático severo que te deja el ser activista, feminista y periodista porque tiene una serie de complejidades brutales. Encima de todo ello está la carga social que tenemos las mujeres que es la de proteger a las víctimas, a tu familia, a tus amistades de la carga emocional que causa tu trabajo. Eso no lo hacen los hombres. Esta carga ha hecho mucho más difícil mi trabajo. Mi hermana, psicóloga, me dijo una vez: “Ya deja de pedir perdón por hacer sufrir a los demás”.

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