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La educación intercultural: un derecho al que no tiene acceso el pueblo warao

En una pared hay escritas tres operaciones matemáticas. La clase es de suma y la reciben ocho niñas waraos entre 12 y 15 años. Pese a su edad, es ahora cuando están aprendiendo a sacar cuentas, gracias al proyecto Manamo, una iniciativa educativa -llevada por los hermanos maristas desde hace un año- que pretende alfabetizar a menores de esta etnia

Correo del Caroní

(03-04-2025) En Tucupita, estado Delta Amacuro, se ha vuelto costumbre ver a grupos de niños pidiendo en las calles. Sus familias, que llegaron de los caños huyendo del hambre y las enfermedades, se han tenido que enfrentar al desempleo y pocas oportunidades laborales de calidad. La situación no es diferente en Puerto Ordaz, estado Bolívar.

A esto, se suma la dificultad de inscribir a sus hijos en escuelas. ¿La causa principal? Pobreza multidimensional y falta de documentación.

Sin embargo, en el centro de Tucupita es donde esta etnia tiene menos problemas para acceder a educación. Son los caños y comunidades rurales donde la desigualdad, falta de estructura y ausencia de maestros golpean de peor forma. 

En los caños, culminar los estudios secundarios es muy dificil para la mayoría de los waraos

Así lo demuestran los datos de 2021 de la Encuesta Nacional de Condiciones  de Vida de (Encovi), un proyecto realizado por la Universidad Católica Andrés Bello

Según su investigación, en el municipio Tucupita 92% de las personas había terminado su educación primaria, mientras en Pedernales solo un 43% la había culminado. En Antonio Díaz el porcentaje se derrumbó a 29.9%. 

Los datos son más graves cuando se toma en cuenta la educación secundaria, pues solo el 57% de los ciudadanos de este estado la finalizaron en 2021.

Falta de estructura incluso en la capital

En la comunidad El Moriche, ubicada a una hora y media de la capital, Tucupita, se puede ver niños jugando en las calles en pleno horario escolar. Esta es una comunidad relativamente nueva para la historia warao. Fueron reubicados en 1960, producto del cierre del caño Manamo. 

En el colegio Cacique Guaicaipuro, los salones están sin pintar, las mesas están deterioradas y no hay casi sillas en buen estado. La maestra Norelia Giménez señala que la inasistencia es de 50%, ya que los padres no mandan a sus hijos al colegio por la falta de comida.

El Programa de Alimentación Escolar (PAE), una política del Estado venezolano que brinda desayunos gratuitos a niños en escuelas públicas, puede tardar hasta dos y tres meses en llegar, un periodo que perjudica a los miembros de esta comunidad que, en el mejor de los casos, pueden comer dos veces al día. 

Pese a las carencias, en esta comunidad hay unas ventajas que han permitido mantener el proceso educativo: las maestras son originarias de la etnia y viven en El Moriche. Se formaron como licenciadas en Educación ante la carencia de profesores en Tucupita y las dificultades para llegar a su comunidad, la cual es distante y tiene problemas de conectividad por el deterioro de la vialidad. 

Las maestras denuncian la falta de estructura adecuada y condiciones para trabajar, sobre todo, cuando la educación indígena debe ser obligatoriamente de carácter intercultural bilingüe.

 “La educación intercultural bilingüe es un régimen educativo específico que se implantará en todos los niveles y modalidades del sistema educativo para los pueblos indígenas, y estará orientado a favorecer la interculturalidad y a satisfacer las necesidades individuales y colectivas de los pueblos y comunidades indígenas. Este régimen está fundamentado en la cultura, valores, normas, idiomas, tradiciones, realidad propia de cada pueblo y comunidad y en la enseñanza del castellano, los aportes científicos, tecnológicos y humanísticos procedentes del  acervo cultural de la Nación venezolana y de la humanidad. Todo ello estará desarrollado en los programas de estudio”, detalla la ley de Pueblos Indígenas en su artículo 76.

Entre las obligaciones del Estado que establece la ley están: planes y programas educativos para cada pueblo o comunidad indígena, basados en sus particularidades socioculturales, valores y tradiciones; la revitalización sistemática de los idiomas indígenas que se creían extinguidos o que están en riesgo de extinción, mediante la creación de nichos lingüísticos u otros mecanismos idóneos; la formación integral de docentes indígenas expertos en educación intercultural bilingüe; la adecuación de la infraestructura de los planteles educativos a las condiciones ecológicas, las exigencias pedagógicas y los diseños arquitectónicos propios de los pueblos y comunidades indígenas; la creación de bibliotecas escolares y de aulas que incluyan materiales relacionados con los pueblos indígenas de la región y del país y la producción y distribución de materiales didácticos y de lectura elaborados en los idiomas indígenas.

Esto es algo que en sectores rurales y caños no existe tal cual reza en ley, según profesores y educadores entrevistados.

Las maestras tratan de educar apegadas a la formación de ambas lenguas, pero la inasistencia y la falta de material didáctico han afectado de forma grave el aprendizaje: en un salón de 37 niños, alrededor de 27 no saben leer de forma correcta. 

“Estamos aquí por los niños. Prefiero enseñar lo poquito que sé y no abandonar (…) La educación en estos momentos es muy importante para nuestros niños indígenas. Nosotros podemos demostrar que sí podemos seguir adelante. Hay personas que nos discriminan, pero el indígena es igual a cualquiera persona”, declaró Giménez 

Poca claridad en materia educativa

Yelitze Santaella, exministra del Poder Popular para la Educación, anunció en marzo de 2024, que habían rehabilitado 50 escuelas y rehabilitarían otras instituciones educativas del estado Delta Amacuro. 

“Quedan aproximadamente 60 escuelas entre medianas y pequeñas por rehabilitar. El compromiso es asumirlo en nombre del presidente, para que en el Delta quede el 100 % de instituciones educativas rehabilitadas. Todas sus escuelas no solo están rehabilitadas, sino equipadas con mesas, sillas, cocinas, menajeria y balones”, dijo a la prensa local en ese entonces.

El coordinador de educación indígena del Centro de Desarrollo de la Calidad Educativa del estado Delta Amacuro, Eufracio Jiménez, detalló que en Delta Amacuro hay 65 escuelas en el municipio Antonio Díaz, 18 en Pedernales y 30 centros educativos en Tucupita, dedicadas a la atención de los waraos. 

Tienen registro de que hay 20 comunidades sin escuelas porque son poblaciones “nuevas”. Considera que, pese a las circunstancias, ha habido avances en materia educativa ya que, anteriormente, los waraos no tenían acceso a educación secundaria dentro de su territorio y actualmente sí, lo que les ha permitido acceder a educación universitaria.

De acuerdo con el funcionario, no hay conocimiento preciso sobre la cantidad de waraos fuera del sistema escolar por la constante movilización y la creación de nuevas comunidades. Señaló que están promoviendo desde el Instituto de Idiomas un espacio donde los niños waraos no escolarizados puedan aprender a leer y escribir, mientras se reinsertan en el sistema educativo.

“Estamos haciendo convenios con Fe y Alegría y Unicef para llegar a las comunidades, hacer censo general y poder organizar el aprendizaje y crear un espacio alternativo o crear una escuela”, explicó vía llamada telefónica.  

Entre los mayores problemas que destaca Jiménez están la carencia del programa de alimentación escolar y la ausencia de material pedagógico por parte del Ministerio de Educación. “Lo que hacemos es crear las cartillas educativas, trabajamos con el Instituto de Idiomas (…) el material escolar del Ministerio de Educación no llega desde hace como 15 años”, puntualizó.

Para Eufracio hace falta mucho para garantizar un proceso educativo eficiente. “Faltan muchas cosas en materia educativa, sea gobierno municipal, regional o nacional (…) le han dado la espalda a muchas comunidades, faltan muchas cosas por hacer, para construir una escuela, para llevar la comida de la escuela al territorio indigena”, lamentó.

El equipo de Correo del Caroní intentó contactar a Florvidia María Laya Mieres, directora (E) de la Zona Educativa del estado Delta Amacuro, para conocer su posición sobre la política educativa hacia los waraos, pero no hubo respuesta.

Contexto difícil en los caños

Para aprender no solo se necesitan escuelas, también un contexto que permita sobrevivir. De los caños han salido más de 7 mil waraos con destino a Brasil, por no tener condiciones de vida: no hay trabajo, infraestructura sanitaria, ni gasolina para movilizarse.

Los que se quedan en sus comunidades no siempre tienen la suerte de contar con colegios o profesores. En 2021, la Federación de Educadores de Venezuela en Delta Amacuro sostuvo que el 98% de las escuelas multiculturales bilingües o mixtas en los municipios Antonio Díaz y Pedernales estaban deterioradas.

En 2016, un estudiante del Centro Gumilla realizó un estudio en la comunidad warao Yakerawitu, en el municipio Tucupita donde el 80% de los niños indígenas en edad escolar están fuera del sistema educativo. En ese entonces, se debía a carencias de alguna vestimenta: calzados, pantalón o camisas. 

Fe y Alegría contra el contexto y la geografía

Un funcionario de Fe y Alegría, que prefirió mantener su identidad en reserva, manifestó que el problema educativo en los caños tiene varias causas: no hay colegios, escasean docentes, o en el peor de los casos, no hay profesores.

Estima que 20% de los habitantes en las comunidades fluviales no han sido escolarizados de ninguna forma. “Se presentan varios factores, la gente no estudia porque no tiene la oportunidad de una escuela o porque desde su nacimiento no tienen una cédula de identidad”, explica.

Una encuesta académica realizada en 2013 sobre mortalidad infantil documentó que, de 97 comunidades encuestadas, el 59% no tenía escuela primaria y el 95% no tenía escuela secundaria. 

El difícil acceso a los caños, sumado a las largas distancias, ha dejado incomunicado a los waraos y sin garantías de un proceso educativo de acuerdo con los establecido en la ley.

La educación en los caños es compleja y costosa. La institución ha logrado llevar el programa del Instituto Radiofónico Fe y Alegría (IRFA) a 14 comunidades, de más de 300 existentes. Este es un programa de educación semipresencial y a distancia que se imparte a jóvenes mayores de 15 años, y a adultos mayores desde la primaria hasta la educación media técnica, con las especialidades de Servicios Administrativos (Contabilidad e Informática) y Tecnología Gráfica. 

“Esas personas tienen el cielo ganado”, así describe el vocero de Fe y Alegría la labor de 27 colaboradores que, sin recibir ningún beneficio económico, imparten educación intercultural bilingüe en esas 14 comunidades.

¿Por qué no llegar a más? Las condiciones geográficas y distancias hacen que esto sea una labor difícil y costosa. “Si salimos desde el Puerto Volcán hacia Nabazanuka, ubicado a siete horas, se necesitan 750 litros de gasolina para motores dos tiempos, además de 20 litros de aceite; llevándolo al precio de divisas, es un dinero loco”, explica. “Supone muchas complicaciones; las ganas están, lo que frena es la logística”.

Las comunidades más lejanas de Venezuela y cercanas al Océano Atlántico jamás han recibido educación formal, señala. “No se ha desarrollado una cultura académica”.

Agrega que hace falta que el Estado venezolano forme a los docentes en materia lingüística y gramatical, y haga más presencia y acompañamiento en las comunidades donde hay planteles educativos.

En Fe y Alegría insisten en que la educación debe hacerse primero con la lengua materna, para posteriormente, educar en idioma castellano

 “Estos docentes no están teniendo acompañamiento pedagógico como debería. Hay planteles que no conocen a las autoridades educativas (…) Hay una comunidad llamada Simoina, que es de Pedernales y que, en lo que va de año escolar, no han empezado. Esos niños están desescolarizados porque las personas asignadas desde el Ministerio Educativo no se han presentado desde septiembre”, resalta. 

Destaca que hay que incentivar carreras que permitan explotar las riquezas turísticas, agrícolas y ganaderas para que los waraos vean oportunidades en la educación y puedan mantenerse dentro de sus tierras. 

En Cambalache y Cañaveral la educación es complicada ante falta de oportunidades

En Cambalache, comunidad ubicada en Puerto Ordaz en la que los waraos empezaron a llegar en los años 90, producto de las carencias de vida de los caños, no hay un espacio adecuado para que los 128 niños que aquí estudian tengan su proceso formativo.

Los niños, que apenas comen dos veces al día y padecen rasgos de malnutrición, no reciben clases todos los días y cuando lo hacen, es de 8:00 a 10:00 de la mañana, tres horas menos de lo habitual. 

“Los maestros no enseñan como deberían. Mi hija de nueve años no sabe casi nada”, cuenta Yelenny Maria Clevier, madre de ocho niños. Pese a su edad, no sabe leer y sumar. “No sabe sacar cuentas”. 

El otro reto que enfrentan los waraos en esta comunidad es lo económico. Aunque Clevier intentó inscribir a otra hija de 10 años en el instituto José María Vargas, el colegio más grande ubicado fuera de la comunidad, para darle una mejor educación, no pudo comprarle uniforme, útiles y materiales didácticos que piden para las actividades presenciales .

“Las madres no tenemos para comprarle un cuaderno a nuestros hijos”, indica. “Ella aquí no veía clases bien (…) Tú no me lo estás preguntando, pero acá hay días en que nos acostamos sin comer”. 

En el vertedero municipal de Cañaveral la situación es aún más precaria. Los niños no tienen acceso a colegios, ni a una estructura que haga las veces. Por las carencias, desde los siete años deben adentrarse en las montañas de basura para colaborar con sus familias. 

Los niños en Cañaveral no tienen oportunidades de estudiar ante la carencia de colegios, mientras los padres prefieren comer antes que pasar mayores dificultades en sus comunidades de origen

Edita Figuera, de 24 años, tiene tres hijos y vive en una casa precaria de Cañaveral desde 2022. En este mismo periodo, sus tres hijos no han recibido educación formal ante la falta de escuelas.

Sus hijos tienen siete, cinco y dos años. El mayor es el que ha podido aprender a leer y escribir a medias, con la limitada enseñanza que ellos le han dado. 

 “A mí me gustaría que mis hijos estudien, ponerlos a estudiar, pero como no hay cómo moverlos y ayudarlos, mis hijos están acá conmigo (…) Dios grande, quizás más adelante me gustaría ponerlos a estudiar”, declaró. 

Proyecto Manamo

Aunque el panorama es cuesta arriba, las iniciativas y quienes colaboran no se quedan paralizadas. Manamo es un ejemplo: reciben a niños waraos tres veces a la semana, con la idea de que puedan insertarse en el sistema escolar. 

“Vimos una necesidad. Acá llegan jóvenes de hasta 16 años que no saben leer”, lamenta el hermano marista que acompaña el proyecto, Jorge Antón.

Proyecto Manamo es una alternativa que busca aumentar los índices de alfabetización en waraos, pero aún falta mucho por hacer 

Señala que a los waraos hay que darles condiciones de vida y herramientas para que su futuro laboral se haga menos difícil, ya que los jóvenes están deseosos de herramientas y de aprender. 

“Yo creo que el Estado puede, porque a veces se gasta en cosas que no son necesarias ni esenciales. Para mí lo esencial es atender a las personas para que vivan dignamente (…) Hay que ser responsable y no considerar al warao como una comunidad de segunda, porque son igual de importantes que cualquiera”, finalizó. 

El trabajo por hacer es muchísimo, sobre todo en una zona geográfica difícil de transitar, pero con diversas riquezas turísticas, ganaderas y ecológicas que serían productivas si los waraos acceden a mayores oportunidades educativas y profesionales.

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