(12-01-2025) Migrémonos juntas es una exposición fotográfica colectiva protagonizada por personas migrantes LGTBI, que residen en España, y posan ante el objetivo para romper con los estereotipos y acabar con los discursos revictimizadores sobre las personas que dejan sus países de origen por razón de identidad de género u orientación sexual.
En el marco del programa Tejiendo derechos, impulsado por Oxfam Intermon, y financiado por la Unión Europea, las fotógrafas Carlota Martín y Sara Sda se han embarcado en la tercera edición de esta muestra, que se podrá visitar hasta el próximo 31 de enero en el espacio TuPatio, en Madrid, con el propósito de darles un espacio a estas personas para que se puedan expresar y relatar por sí mismas ante la cámara.
«En España tenemos una visión de la migración muy concreta, siempre se piensa en la pobreza y en el conflicto armado. Pero la realidad es que la gente migra por razones muy diversas y se están quedando al margen de los relatos», explica Martín en una entrevista con Efeminista sobre lo que las llevó a ella y a Sda a emprender este proyecto artístico social.
«Además, las imágenes que vemos a través de los medios e incluso a través de organizaciones que trabajan en torno a las migraciones están completamente estereotipadas. Creíamos que era muy necesario generar otras narrativas y otro tipo de imágenes que ofrezcan puntos de vista distintos», continúa Martín.
Así es como en esta tercera edición cobran protagonismo Rusly Cachina, activista trans de Guinea Ecuatorial, técnica de igualdad y miembro de la organización ecuatoguineana Somos Parte Del Mundo; Antonella Toledo, comunicadora, artista y activista por los derechos de las personas LGTBI en Ecuador; Cristhian Rueda, activista, artista visual e impulsor de la Coletiva Creativa AltHaus de Colombia; Camilo Ortiz, travesti, creador visual y también cofundador de la Coletiva Creativa ALThaus; y Kristina Chirkova, lesbiana refugiada y chef de profesión, huida de Rusia por culpa de la homofobia y la guerra.
Acabar con los delitos de odio contra personas migrantes LGTBI
El proyecto inició hace casi un año, cuando Martín y Sda reunieron por varias sesiones a las y los protagonistas de estas fotografías para generar un diálogo en torno sus trayectorias migratorias y conversar sobre sus identidades.
De hecho, el título de la exposición ―Identidades. Migrémonos juntas― nació de estos intercambios. Fue Cristhian Rueda quien ideó el concepto en alusión a que toda persona puede ser migrante porque «migrar no siempre tiene que ver con cambiar de país por una u otra circunstancia, sino que migrar puede aludir a un montón de cambios que las personas vivismos en el día a día», apunta Martín.
Ante el aumento de los delitos de odio contra inmigrantes y la población LGTBI, este mensaje también busca llegar «a personas que quizás tienen otras ideas distintas sobre las personas migrantes», con el objetivo de generar un cambio en su mentalidad por un mundo más justo y diverso, apunta.
Según datos del Ministerio del Interior de 2023, en los últimos años se han incrementado los delitos de odio. Los más numerosos son por racismo y xenofobia (41,84 %), seguido de aquellos por razón de orientación sexual e identidad de género (23,37 %), a los que se suman los delitos de odio por cuestión de sexo/género (9,3 %).
Kristina Chirkova, mujer lesbiana refugiada, y chef de profesión, huída de Rusia por culpa de la homofobia y la guerra. Créditos: Carlota Martín y Sara Sda
«Participar en este proceso me ha dado la posibilidad de sanar»
La ecuatogineana Rusly Cachina, quien migró a España en 2022, comparte a Efeminista que participar en este proyecto ha sido muy importante para ella porque «da visibilidad a las personas migrantes queer, pero no desde el victimismo».
«Dejemos de victimizar a las personas migrantes LGTBI que han pasado por situaciones precarias. De alguna manera este proyecto nos deja hablar de cómo nos sentimos, cómo hemos atravesado el proceso migratorio y los traumas. Participar en este proyecto me ha dado la oportunidad de sanar», expresa.
Cachina se vio obligada a dejar su país hace dos años, ya que su vida corría peligro. En 2016 inició su activismo por los derechos LGTBI en un país donde no existe ningún tipo de protección para estas personas. Además, durante sus últimos años en Guinea Ecuatorial, Cochina preparaba, junto con otras compañeras, informes sobre la vulneración de derechos humanos contra esta población para entregárselos a diferentes organismos de las Naciones Unidas.
En estos informes denunciaban, sobre todo, terapias de conversión con la connivencia de la Iglesia y la policía, a quienes acuden muchos familiares de personas LGTBI que no toleran la diversidad sexogenérica.
La violencia institucional que enfrentan las personas migrantes
En estos dos años en España, Cachina también ha experimentando la violencia racista, machista y tránsfoba en sus propias carnes, aunque subraya que la primera violencia que sufrió fue la institucional.
«La primera violencia que sufrí y que no quería ver fue la violencia institucional y la legislación trans, ya que no permite a las mujeres trans migrantes que cambiemos nuestro nombre y género de la identificación si nuestro país no nos ha facilitado esta opción previamente. De esta manera nos excluyen», denuncia la ecuatoguineana, quien pese a tener el estatus de asilo, no puede modificar sus documentos.
En este sentido, solicita una «modificación legislativa clara y exacta que proteja los derechos de las personas migrantes» porque, como asegura, la primera traba que se encuentran es la Ley de Extranjería.
«Mientras que esta ley no sea humana y empática, la vida de las personas migrantes seguirá siendo precaria desde el momento que llegan a territorio español», insiste.
La ecuatogineana Rusly Cachina posa para el proyecto ‘Identidades. Migrémonos juntas’. Créditos: Carlota Martín y Sara Sda
La fetichización de las mujeres negras
En cuanto a la violencia machista y racista, comparte que, «como mujer negra», se ha sentido muy fetichizada en diversas situaciones, en especial, en relación a su pelo afro.
«Yo me aliso el pelo, pero cuando voy con el pelo afro por la calle me tengo que preparar psicológicamente una hora antes porque me meten la mano en la cabeza, me estiran del pelo para asegurarse de que no es una peluca, la gente habla de él en mi cara, y se paran a grabarme o a hacerme fotos. Un día un tío se masturbó en el metro mientras me miraba», relata.
No es casual que en las fotografías que protagoniza para Identidades. Migrémonos juntas, Cachina muestre su pelo afro en señal de empoderamiento ante el racismo y la fetichización que despierta en la calle.
Por último, preguntada por la violencia tránsfoba, la ecuatoguineana sentencia que «si no se quiere ver la diversidad de las mujeres, como no se veía antes a las mujeres negras, es que la lucha no es feminista, es supremacista».