Fuente: Diálogo Político. – Encontrar modelos para superar los regímenes híbridos que caracterizan este tiempo es uno de los problemas cruciales que atraviesa la democracia.
En política, el término transición se refiere a los cambios de régimen, al paso de un tipo de régimen a otro. Usualmente alude a la disolución de un régimen autocrático para dar paso a otro democrático. Aunque en un sentido más general también designa los cambios en dirección opuesta. Dado que la realidad precede a la teoría, los intentos de la ciencia política por comprender las transiciones a la democracia proliferaron con el declive de la Guerra Fría. El progresivo desmoronamiento de la Unión Soviética desencadenó una serie de cambios que facilitaron el desmontaje de muchas dictaduras y los consiguientes tránsitos a la democracia.
Sin embargo, el siglo XXI parece caracterizarse por el predominio de nuevas realidades políticas. Evidentemente siguen existiendo las autocracias, y sigue habiendo cambios de régimen político. Pero existen nuevos elementos y dinámicas que parecen afectar el desarrollo de las transiciones. ¿En qué consisten estos nuevos factores y cómo afectan los procesos de cambio político? ¿Cómo ha envejecido la teoría de las transiciones de finales del siglo XX en medio del contexto actual?
La teoría clásica
Ya los pensadores de la Grecia clásica se dieron cuenta de que todas las formas de gobierno tienden a corromperse y declinar, sucediéndose unas a otras de forma presuntamente cíclica (anakyklosis: ἀνακύκλωσις). Platón, Aristóteles, Polibio y otros célebres pensadores convinieron en que el declive dependía de cuán sólidas fueran las bases del régimen político y, sobre todo, de la corrupción de los gobernantes. Incluso los regímenes mejor constituidos en sus orígenes declinarán si quienes llevan las riendas del Estado se apartan del ejercicio virtuoso del poder.
Sin embargo, a quienes habitualmente se reserva hoy el título de transitólogos es a los científicos sociales que estudiaron la Tercera Ola Democratizadora. Fue el proceso por el que decenas de países transitaron a la democracia, principalmente, entre 1973 y 1993. Juan Linz, Guillermo O’Donnell, Adam Przeworski, Alfred Stepan, Samuel Huntington, Robert Dahl, entre otros, produjeron estudios emblemáticos para la comprensión de las transiciones a la democracia que tuvieron lugar en la Península Ibérica, Filipinas, América Latina y Europa del Este durante la segunda mitad del siglo XX.
Al estudiar estos múltiples casos, los transitólogos identificaron tres fases características en las transiciones desde la autocracia hacia la democracia. La fase de liberalización se caracteriza por una apertura relativa del sistema autocrático. Se permiten mayores libertades ciudadanas, se facilita cierta convivencia y se abren las puertas a un mínimo pluralismo político. Una segunda fase amplía las posibilidades para una consulta electoral. Finalmente la fase de consolidación se produce cuando la democracia se ha convertido ya en the only game in town.
Factores del cambio político
Asimismo, identificaron una serie de factores que, en principio, favorecen o dificultan las posibles transiciones desde la autocracia hacia la democracia. Entre las circunstancias que entorpecen la democratización encuentran: alto nivel de cohesión en el gobierno autocrático; elevada pobreza extrema; bajos niveles de articulación, movilización y protesta popular; un historial particularmente violento y agresivo por parte de múltiples centros de represión relativamente autónomos (que pueden incluir a fuerzas paraestatales); una mala relación civil-militar; la ausencia de un pasado democrático culturalmente arraigado y la presencia de cierta estabilidad económica.
Por su parte, O’Donnell observó que con frecuencia las transiciones a la democracia venían precedidas por lo que llamó un “despertar de la sociedad civil”. A menudo favorecido por una liberalización relativa, en donde más y más ciudadanos se vuelcan a trabajar por el cambio. Diversos autores han apuntado que la transición puede darse, bien por ruptura de la coalición dominante (cuando la autocracia se desmorona ante una crisis terminal), o por reforma y negociación progresiva (cuando la coalición autocrática se divide e impera un sector conciliador que favorece la apertura democratizadora). O bien por una combinación de ambas modalidades (ruptforma).
Por otro lado, un factor que influye sobre las posibilidades de una transición a la democracia es el tipo de régimen autocrático. No todas las autocracias son iguales. Por ejemplo, los regímenes pretorianos, que tanto proliferaron en América Latina durante el siglo pasado, no ofrecen tantas dificultades de cara a una transición como los regímenes totalitarios. Estos modifican profundamente la morfología social de una nación. De igual modo, las autocracias que privilegian el orden imponen menos obstáculos a la democratización que las que ejercen un dominio relativamente caótico. Levitsky y Way muestran cómo los regímenes revolucionarios a menudo derivan en totalitarismos que complican de modo extraordinario cualquier posibilidad de (re)democratización.
Nuevos tiempos, ¿nuevas teorías?
Ahora bien, mientras las dictaduras del siglo XX solían llegar al poder por golpe militar o revolución socialista, las del siglo XXI suelen iniciarse, paradójicamente, con una victoria electoral. Un líder carismático de verbo encendido gana las elecciones para debilitar a continuación el Estado de Derecho e ir imponiendo, progresivamente, una autocracia con visos de democracia. Los factores que conducen a este desenlace ocupan a muchos politólogos de nuestro tiempo. Pero en gran medida fueron anticipados ya por Juan Linz en La quiebra de las democracias.
Proliferan hoy los llamados regímenes híbridos, donde las dinámicas autoritarias se van afianzando en medio de un entramado institucional formalmente democrático. En América Latina, los procesos constituyentes más recientes a menudo han facilitado un deterioro sostenido de la democracia, incorporando avances y derechos meramente formales mientras debilitan en la práctica los contrapesos al poder ejecutivo.
En tanto impera esta “hibridez”, lo que demanda la democracia no parece ser tanto una transición propiamente dicha, sino el fortalecimiento del Estado de Derecho. Implica la recuperación de un genuino orden constitucional y volver a enamorar a la ciudadanía con la idea de una verdadera democracia. Digamos que, en tales condiciones, más que operar al paciente, se mejoran los niveles saludables de sus signos vitales básicos mediante una dieta adecuada y ejercicios regulares.
El problema actual
Sin embargo, el hecho de que quienes gobiernan regímenes híbridos sigan realizando —y a menudo ganando— elecciones quizás nos esté haciendo pasar por alto que se trata de autócratas. Algunos se sienten forzados a entregar el poder cuando pierden una elección. Otros, en cambio, adulteran cada vez más las condiciones electorales para seguir en el poder mientras gozan de las ventajas de ser vistos y tratados como “híbridos”.
Por eso Leonardo Morlino se pregunta si los regímenes híbridos no son otra cosa. A fin de cuentas, ¿son regímenes híbridos o en transición? La frontera decisiva es la que separa a los regímenes considerados como híbridos (“autoritarismos competitivos”) de los que son abiertamente autocráticos (“autoritarismos hegemónicos”). Esa línea divisoria es muy delgada y no siempre está clara. Y el problema es que ciertos autócratas son capaces de pasar mucho tiempo instalados en ella, sin despertar la reacción generalizada con la que las democracias deberían responder ante una autocracia. Encontrar el modo de transitar a la democracia desde este tipo de regímenes es uno de los problemas cruciales de nuestro tiempo.