Carcel

De Tocuyito a Tocorón sin perder la esperanza de la excarcelación

El traslado de los presos políticos de Tocuyito a Tocorón solo significa una cosa: más espera y familiares que deben arreglárselas para conseguir más dinero. No quisieron dejarlos solos, pero regresar a sus estados de origen es la única forma de sobrevivir y estar preparados para cuando llegue el día de la libertad

El Estímulo

(15-02-2025) La vida pasa muy lento para quien espera. Juan* lo entendió hace meses mientras se paraba cada día y por horas frente al penal de Tocuyito. Muchas veces se acercó a la caseta del penal a ver si el guardia de turno le daba alguna pista de lo que ocurriría con su hijo, pero no hubo respuestas.

Nunca estuvo solo. Junto a él se paraban muchos más familiares: era una espera diaria y un rezo constante por la liberación de todos los presos que estaban allí tras las detenciones masivas postelectorales. Sí, es cierto que se rezaba por todos, pero en el fondo cada uno pedía por la salida del suyo. Muchos salieron excarcelados, gran parte pudo pasar la Navidad en casa, pero el hijo de Juan no fue uno de ellos. A Miguel* se lo llevaron de Tocuyito, pero no a casa, sino a Tocorón.

—Hoy me enteré de que se los llevaron a Tocorón. Los sacaron a las cuatro de la mañana. Ahora no sé cuándo voy a ver a mi hijo.

Eso es lo que cuenta Juan el 10 de febrero en una llamada telefónica que hace desde un pueblo del estado Lara, justo al salir de su trabajo en el campo. El tono de su voz es cansado y tiene motivos: su hijo de 19 años ha pasado 186 días en condición de preso político y ahora fue trasladado a otro penal ubicado a más de 80 kilómetros de la cárcel de donde lo habían recluido por primera vez.

A lo largo de los últimos seis meses, la vida de Juan se convirtió en otra cosa. Se aprendió de memoria la ruta de autobús desde Lara a Carabobo. Cuando regresa a su pueblo, trabaja el triple para poder pagar los pasajes e intentar cubrir la alimentación de su familia. Con dolor, se convirtió en un padre intermitente para sus otros dos hijos, de 10 y 15 años. Y frente a la cárcel de Tocuyito aprendió que el hambre no se vive solo dentro de una celda, sino también afuera.

El primer mes y medio tras la detención de Miguel* el 7 de agosto, no dejó pararse frente al penal. Miguel era uno de los 78 presos políticos recluidos en Tocuyito. Ahora, en Tocorón –el penal de Aragua- son 402 privados de libertad, según el registro del Comité por la Libertad de Presos Políticos hasta el lunes 10 de febrero.

Esperar por una boleta de excarcelación

Miguel fue apresado el 7 de agosto en su casa tras haber sido acusado por una vecina de haber quemado propiedad pública. Juan lo vio el 13 de agosto y no fue sino hasta el 27 de diciembre de 2024 que pudo volver a abrazarlo. Ese día varios familiares se reunieron para hacer la última visita por Navidad y Año Nuevo. Antes de entrar al penal de Tocuyito, acompañado de su hija menor, le compró pan de jamón, un club house, galletas y agua para que tuviera una «comida navideña».

«Para ese momento, yo tenía cinco meses que no me comunicaba con él. Cuando no era porque estaba en silencio, era porque estaba en área sin cobertura. Le daban una sola oportunidad de que llamaran y si no agarraba no agarraba, hasta ahí», relata Juan el 7 de febrero, cuando se cumplían siete meses de la detención de Miguel.

Estado de WhatsApp de Juan el 31 de diciembre desde Tocuyito, donde pasó recibió el Año Nuevo en compañía de otros familiares.

—No estamos mal, pero tampoco estamos bien. Yo no les paro bola. Como lo que puedo, me encomiendo a Dios y le digo que me dé valor —le contó Miguel a Juan esa tarde, la última antes de volver a la rutina de visitas breves o únicamente a la entrega de paquetería (galletas, agua y algunos chocolates).

Cuatro días después de esa visita, el 31 de diciembre, Juan se enteró de que cuatro de los jóvenes incluidos en la causa de su hijo habían sido excarcelados. A todos les ordenaron presentarse mensualmente en los tribunales de Caracas: «Solo firman y se tienen que volver a ir».

Como al inicio, Juan se ha aferrado a lo único que sí tiene: la certeza de que su hijo es inocente.

—Esto es de terror. Esto es algo catastrófico. Me está afectando mental y físicamente porque yo sufro de los riñones. Yo tuve cinco operaciones y ahorita me han mandado a operar dos veces porque tengo un riñón embromado, pero bueno, ¿cómo me opero?

Para moverse de Lara a Carabobo, Juan gastaba entre 80 y 100 dólares. A veces le tocaba pagar una habitación compartida por 10 dólares. Antes de regresar a su pueblo, el pasado 6 de febrero, el alquiler lo aumentaron a 60 dólares.

La situación económica, que se ha agravado para todas las familias, se nota en los alrededores de la cárcel: ya no están las 80 o 100 personas en la acera frente al penal en septiembre de 2024. Si alguien hubiera pasado por el lugar la primera semana de febrero de 2025, probablemente no hubiera visto a más de 10 personas: «Todos tuvimos que regresar porque es difícil mantenernos ahí».

El martes 11 de febrero, Miguel llamó a Juan para informarle que ya le habían asignado una celda en Tocorón: «Me dijo que está bien y que esté pendiente para el día de la visita».

Tocorón: ¿qué esperar?

El traslado de Miguel y los otros 77 detenidos postelectorales fue una decisión de la directora de Tocuyito para «protegerlos». A los familiares les envió una nota de voz para decirles que ahora en ese penal recibirían a delincuentes de alta peligrosidad y no quería arriesgarlos: «Es mejor que estén juntos».

La realidad es que nadie sabe si confiar en esas palabras. Sus propios familiares han denunciado múltiples veces lo que ha pasado puertas adentro: los presos políticos han tenido que consumir agua contaminada o sucia. Han comido alimentos descompuestos. Han sido víctimas de golpes y amenazas. A pocas celdas, han visto morir a compañeros que no recibieron atención médica temprana.

Lo último que Juan supo antes de volver al estado Lara era que un grupo de detenidos tenía diarrea y vómitos por ingerir comida con mucho picante: «Eran cuatro los que estaban muy mal».

Ninguno de los familiares de los presos políticos que fueron trasladados a Tocorón saben lo que ocurrirá porque ni siquiera tienen una fecha de visita prevista. Lo que se conoce, porque otros han denunciado públicamente, es que en Tocorón el trato puede ser más violento.

Tener a Miguel como preso político alejó a Juan de sus otros dos hijos. Le preocupa el tiempo que han tenido que estar solos. Ilustración: Daniel Hernández.

«Las visitas son más cortas y esporádicas. Allá hay más presos y el maltrato se nota. En Tocuyito no pasaba eso porque la directora era un poco más cercana. Ella encontró una manera de ganárselos (a los presos)», cuenta Diego Casanova, miembro del Comité por la Libertad de Presos Políticos sobre la dinámica en el penal de Aragua.

Juan aún no puede afirmar que esa sea la nueva realidad de Miguel. Su preocupación principal es trabajar para reunir dinero y viajar al estado Aragua cuando le digan que habrá visita: «Allá ya se instalaron unas madres que conocí en Valencia, pero tampoco les han dicho nada. Ellas pudieron movilizarse y me dijeron que los pudieron saludar cuando los sacaron en los buses».

Hablar o continuar esperando en silencio

En los últimos meses decenas de madres de presos políticos se han acercado a la sede del Ministerio Público en Parque Carabobo para dejar solicitudes exigiendo la liberación de sus hijos. Lo han hecho tomándole la palabra al fiscal general Tarek William Saab, quien inició una revisión de distintos casos y hasta el 25 de enero aseguró que habían sido excarceladas 1.896 personas.

Llegan de todos los penales, incluidos El Helicoide y El Rodeo I, pero sobre todo de Tocorón debido al trato y el número de detenidos que están allí. Cuando su hijo estaba en Tocuyito, Juan no asistió a esas convocatorias públicas por falta de tiempo y recursos económicos.

Miguel fue acusado por una vecina de vandalizar propiedad pública aunque Juan se encargó de protegerlo los días posteriores a la elección. Ilustración: Daniel Hernández.

Ahora también lo ve difícil: «La prima que cuida a mi hija menor se enfermó y me toca a mí mientras estoy aquí». Quisiera hacer más, pero las condiciones lo limitan: «Desde que nos pasó esto, yo nunca lo he dejado solo y él lo sabe».

El 8 de enero, tres días después de que familiares reportaran la excarcelación de 15 presos políticos de Tocuyito, Miguel pudo llamar a su familia y les dijo que pronto se verían, aunque un mes más tarde lo que llegó fue el traslado a Tocorón. «A la hora del té, nos damos cuenta de que es pura broma de esa gente (las autoridades)», dice Juan, quien desde Lara se mantiene atento a cualquier información que le pasen otros familiares.

—¿Por qué usted no pierde la fe?

—Porque cuando él nos llama nos da mucho aliento y dice que él sabe que pronto va a salir.

Nota del editor: Juan y Miguel son nombres ficticios que se usaron para para proteger la identidad e integridad de los entrevistados.

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