«En Venezuela las mujeres nos hemos incorporado en paridad al sistema de ciencia y tecnología»

Fuente: Cinco 8

La científica venezolana Gioconda Cunto de San Blas ha sido una pionera en varias cosas. Retirada de cuatro décadas de investigación en el IVIC, sigue escribiendo y pronunciándose sobre lo que las niñas y las mujeres de este país pueden lograr


La doctora Gioconda Cunto de San Blas ha sido pionera en más de un campo en Venezuela. Fue la primera mujer representante estudiantil en el Consejo de la Facultad de Ciencias, la primera mujer individuo de número en la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (Acfiman), su primera presidenta mujer y también la primera madre en incorporar a un niño con síndrome de Down, su primogénito, a una escuela regular en Venezuela.

Se casó con un hombre tan extraordinario como ella, colega en el laboratorio y en la casa. Juntos hicieron y publicaron estudios emblemáticos sobre infecciones micóticas en humanos, educaron tres hijos y cuidaron a dos abuelas. Hoy, retirada de la investigación, la científica escribe un blog y una columna en TalCual, sigue en la Academia y estimula a niños para que estudien ciencias básicas. 

Cuando hablamos —unas tres horas— al final le dije conmovida que, aunque no le han faltado dolores, es una mujer muy afortunada. “Así lo creo”, me respondió. Hubiera podido escucharla mucho tiempo más, pero algún día teníamos que publicar esta entrevista.

¿Cómo te conviertes en científica? 

Crecí pensando que sería abogada, tal vez porque mi padrino lo era. Pero en 3º de bachillerato, en Montevideo, la profesora de Química me dijo que pensara en una carrera científica, por mi facilidad en las clases de Matemáticas, Química y Física. Desde entonces la ciencia fue mi meta. Regresamos a Venezuela y en 1962 entré a la Escuela de Química, en la Facultad de Ciencias de la UCV, creada en 1958 bajo la rectoría de Francisco De Venanzi. Egresé en 1967 y ese mismo año ingresé al también joven Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, fundado en 1959. En 1969, el IVIC nos becó a mí y a mi esposo, Felipe San Blas, para seguir estudios de doctorado. Yo completé un Ph.D. en Bioquímica en la Heriot-Watt University, Edimburgo, y mi esposo un Ph.D. en Genética Molecular en la Edinburgh University, la misma donde estudiaron Medicina José María Vargas y Arthur Conan Doyle. Al regreso nos incorporamos al Laboratorio de Micología del Centro de Microbiología y Biología Celular del IVIC, donde hicimos nuestras carreras. En mi caso, fueron 43 años de actividad, hasta mi retiro en 2010.

¿Te estimularon tus padres a estudiar ciencias? 

Mis padres nos estimularon a estudiar, a mí y a mi hermano, sin tratar de imponernos ninguna carrera en particular. Para ellos, de orígenes humildes (mi papá, italiano; mi mamá, venezolana), que tuviéramos carreras universitarias era cumplir en sus hijos sus propios sueños. Por uno de esos azares de la vida, mi hermano y yo nos graduamos en la misma ceremonia en la UCV, él como ingeniero mecánico y yo como licenciada en Química. Nunca he olvidado el orgullo de mis padres, mayor cuando me levanté para pedir los títulos en nombre de los graduandos. Me eligieron para esa función protocolar porque era la representante estudiantil ante el Consejo de la Facultad. Ese interés por lo político perdura en mí hasta el presente.

¿Cómo era la proporción entre mujeres y hombres en ciencias básicas cuando estudiaste y cómo es ahora?

En este artículo de Requena, Vargas y Caputo se cuantifica cómo se incorporó la mujer a la investigación científica desde 1950 hasta 2010, a partir de las publicaciones anuales de investigaciones nacionales. En 1950 esa participación era minúscula, alrededor del 2 %, en 2010 subió hasta el 55 %. En los años 1962-1967, cuando estudié, el 20 % aproximadamente de la comunidad científica nacional eran mujeres.

¿Te pusieron algún obstáculo en aquella Venezuela para estudiar o trabajar como científica?

Solo tuve un incidente al principio. En una entrevista, un potencial jefe me dijo que, a pesar de mis sólidas credenciales, me negaría un cargo, porque estaba convencido (prejuiciado, debería decir) de mi eventual renuncia una vez que me casara y tuviera hijos. 

«Ser mujer no me ha traído restricciones en mi carrera. Por el contrario, he tenido excelentes colaboradores científicos hombres, comenzando por mi propio esposo, con quienes interactúe exitosamente por muchos años»Foto: Gustavo Vera

¿Qué cosas crees que dificultan el acceso de las mujeres al estudio de las ciencias y a la investigación? 

Como muestra el artículo de Requena, Vargas y Caputo, en Venezuela las mujeres nos hemos incorporado en paridad al sistema de ciencia y tecnología nacional. En otros países no es así. Siempre es importante que las niñas sean educadas sabiendo que podrán estudiar cualquier carrera que se propongan, sin que el género sea un obstáculo. Hay que hacer posible que cada niña se sienta capaz de romper el techo de cristal. Un paso positivo lo dio la Unesco al declarar el 11 de febrero el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, porque visibiliza al tema.

Como padres y maestros, hay que estimular a niñas y jóvenes a interesarse en los misterios de la naturaleza, cada vez menos misteriosos cuando se explican con herramientas científicas.

En ese aprendizaje debe incluirse a los varones, para que estos aprendan a trabajar en conjunto con las niñas y no les resulte extraño luego compartir el mesón de laboratorio con las colegas. En la Dirección de Ciencia y Tecnología del Gobierno de Miranda, con Henrique Capriles Radonski, cumplimos un programa de ferias de ciencia y tecnología, diseñadas para interesar a los liceístas del Estado. Ocasionalmente se me pide que converse con hijos de parientes o amigos en algunas ideas científicas que puedan avivar su interés por los fenómenos de la naturaleza. En una oportunidad usé el tema científico como base de un cuento, Polvo de estrellas, regalo de navidad para los lectores de mi columna en TalCual Digital. 

¿Fue difícil compaginar la vida familiar con la profesional? Sé que tu esposo fue un hombre muy especial y un gran apoyo.

Recuerdo que siendo soltera me dije que si estaba en mi futuro casarme, lo haría con un hombre que, entre otras cualidades, estuviera dispuesto a ayudarme a desarrollar mi carrera. Felipe San Blas Guerra, a quien conocí en el Laboratorio de Micología del IVIC fue ese hombre. Estuvimos juntos 46 años hasta que, hace cinco, murió. Siempre trabajamos juntos, en una relación doblemente fructífera. En el hogar compartimos las obligaciones que implican su crecimiento, y las responsabilidades con las abuelas, que al enviudar se sumaron al núcleo familiar.

La democracia (1959-1998) fue un período de esplendor para la actividad científica en Venezuela, ¿cuáles dirías que fueron los logros más importantes de ese período? 

Lo primero a destacar de esa república civil es que creó un ambiente propicio para la estructuración de un sistema de ciencia y tecnología. En 1958 se fundó la primera Facultad de Ciencias del país y en 1959, el IVIC (dirigido por Marcel Roche). Luego vinieron numerosas instituciones (IDEA, Intevep, IUT, CIDA, Ciepe, Quimbiotec) y varias Facultades de Ciencias en universidades nacionales. Se institucionalizó la ciencia como motor de progreso, en sintonía con lo que pasaba en el mundo desarrollado. Ese fue el primer logro. Hacer investigación básica y aplicada en disciplinas tan diversas como química, microbiología, genética humana, hematología, temas nucleares, ecología, física, ciencias sociales, puso a Venezuela en un lugar destacado en el mapa de la ciencia latinoamericana. Becar a miles de estudiantes graduados con la Fundación Ayacucho también fue una decisión que enriqueció a la comunidad científica. Los aportes del IVIC, los que más conozco, fueron muchos: miles de publicaciones científicas que son el parámetro de rendimiento profesional, los servicios de genética humana, condiciones congénitas, determinación de paternidad, análisis químicos para la industria, la creación del Quimbiotec para preparar hemoderivados, los estudios sobre enfermedades tropicales provocadas por microorganismos (virus, bacterias, hongos), por nombrar algunos de los muchos programas del Instituto.

Hoy el ahogo presupuestario y la miseria salarial tienen al IVIC y a su personal en situación crítica.

Requena y Caputo en otro artículo documentan el éxodo de investigadores a otros países, por la deplorable situación económica del país. Hay proyectos que siguen curso, por ejemplo, las investigaciones sobre el coronavirus, que han contado con un presupuesto adicional por el interés del gobierno en presentar algunos resultados científicos en la materia (la ciencia como espectáculo). No obstante, para ello han seguido una estrategia equivocada: dar relevancia a estudios en pañales que poco pueden aportar a las urgencias del momento y con pocas posibilidades de dar frutos. Otros más sólidos en el mismo tema pandémico han quedado en segundo plano, tal vez por incapacidad de los responsables para entender la proyección de lo publicado en revistas internacionales de peso. 

¿Qué aporta la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales a un país tan desarticulado? 

La Acfiman nació el 19 de junio de 1917 con la misión de promover, integrar y difundir el avance del conocimiento científico y tecnológico del país. En su ley y reglamentos se establece, entre varias otras funciones, la de contribuir a crear conocimiento científico y tecnológico y velar por su uso en función del bienestar social y el desarrollo sustentable. También debe asesorar en los asuntos de su competencia a entes públicos y privados. Sobre este particular, en estas últimas dos décadas la Acfiman ha estado muy activa en evaluar las directrices de los distintos órganos del Poder Público sobre educación básica y universitaria, de ciencia, tecnología e innovación. Y junto con las otras seis Academias, ha cumplido un rol vigilante de los derechos humanos y documentado las violaciones al ordenamiento legal del país. En estos tiempos de pandemia, las Academias han hecho sentir su voz en temas relacionados con la biología, la medicina y aspectos legales en torno al virus, a la enfermedad y a los pacientes. Lamentablemente, el destinatario final de nuestras propuestas y reclamos, el Poder Público, no ha estado dispuesto a escucharnos. Queda el testimonio de lo escrito frente a la Historia.

«Siento que las posiciones documentadas y debidamente fundamentadas de las Academias, con voz firme, les han ganado el respeto de la ciudadanía».Foto: Gustavo Vera

¿Podrías mencionar algunas científicas que hoy trabajan en Venezuela y decirme en qué áreas se desempeñan?

Voy a comenzar por las mujeres que pertenecen a la Acfiman y trabajan en temas relacionados con el covid-19: Flor Pujol (viróloga molecular), María Eugenia Grillet (epidemióloga) y Margarita Lampo (ecóloga). También en la Acfiman están Deanna Della Casa de Marcano (química de productos naturales), Liliana López (geoquímica), Alicia Ponte Sucre (biología, fármacos), Mireya Rincón de Goldwasser (química, catálisis heterogénea), María Soledad Tapia (nutrición, seguridad alimentaria) y Alicia Villamizar (cambio climático). En 2019 la Acfiman publicó el libro Ocho preguntas a científicas venezolanas donde se recogen opiniones de cuarenta científicas venezolanas en las más diversas ramas del saber. Invito a conocerlas en ese libro. Y además quiero mencionar a Marisol Aguilera, una excelente profesional en ecología y también una incansable luchadora gremial desde la Asovac (Asociación Venezolana para el Avance de la Ciencia), que presidió por varios años.

Quisiera que me contaras qué te motivó a escribir esos dos libros preciosos sobre tu hijo mayor, Agustín, y tu experiencia como madre de un niño con síndrome de Down en los años setenta en Venezuela. 

En 1973, cuando nació Agustín, nuestro primogénito, era poco lo que había en Venezuela en cuanto a tratamiento de personas con síndrome de Down u otras condiciones asociadas a retraso mental. Salvo Avepane e Invedin, había pocas instituciones para recurrir. Hasta los tres años, Agustín fue atendido en ellas. Cuando llegó el momento de pensar en el preescolar evaluamos si no sería oportuno incorporarlo a la institución regular donde estudiarían sus hermanos. Esto último se había convertido en una práctica en Europa, integrar a los niños con necesidades especiales a la educación regular, con la idea de sacarlos de una campana de cristal y enfrentarlo (aunque con limitaciones) al mundo real. Luego de consultas con especialistas aquí y en el exterior optamos por ello. Conseguimos que la Escuela Comunitaria de San Antonio de los Altos y su directora Sarita Mendoza aceptaran a Agustín, con la condición de que las maestras tuvieran contacto periódico con la psicopedagoga para analizar sus progresos y cambiar de estrategias docentes, si fuese el caso.

Agustín, hasta donde sé, fue el primer niño con síndrome de Down integrado a la educación regular en Venezuela. Fue una experiencia muy positiva que abrió el camino para muchos más niños.

Yo tuve entonces la oportunidad de contar nuestra experiencia en grupos de padres y eso me motivó finalmente a escribir Agustín, un niño especial, publicado en 1986 por Monteávila Editores y con cinco ediciones sucesivas, la última en 1996. Hoy puede leerse en mi blog. Quizás su éxito se debió a que personas con situaciones similares no leían un texto frío escrito por especialistas, sino por alguien que vivía su situación en carne propia. Desde 1997, Agustín trabaja en la Biblioteca Marcel Roche del IVIC como asistente. Sabe leer, escribir, manejar la computadora y en tiempos recientes se ha convertido en un experto usuario de WhatsApp por donde se comunica con sus amigos y con sus antiguos compañeros de primaria, quienes siempre lo recuerdan. En 2012, el editor Sergio Dahbar, interesado siempre en temas de personas con necesidades especiales, me invitó a escribir una versión actualizada. Pero preferí hacer un nuevo libro en el que cada capítulo lo escriben padres o representantes de personas con condiciones especiales o esas mismas personas. El resultado es La fortaleza de las diferencias, publicado en 2017.

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